jueves, 19 de julio de 2012

Cees Nooteboom: de "Hotel Nómada" a "Lluvia roja"

"No se puede demostrar y, sin embargo, lo creo; en algunos lugares del mundo tu llegada o salida se amplían de un modo misterioso por las emociones de todos aquellos que han salido o llegado antes que tú. Quien tenga un alma lo suficientemente visionaria sentirá una suave resistencia en al aire alrededor de la Schreiertoren* de Ámsterdam que tiene que ver con el cúmulo de pena de los hombres que se despiden, un tipo de pena que ya no conocemos. Nuestros viajes ya no duran años, sabemos exactamente adónde vamos y nuestra probabilidad de regreso es mucho mayor…"

Así arranca el primer capítulo de El desvío a Santiago, de Cees Nooteboom (La Haya, 1933), escritor, ensayista, poeta, hispanista y viajero, sin que el orden de los atributos tenga significado alguno. Leí este libro en el año 1994 y desde entonces no he dejado de aumentar mi conocimiento sobre el autor y sus libros. Ello me ha permitido apreciar más nítidamente el alcance y la importancia que pueden tener esas experiencias vitales —a las que llamamos viajes— en un conocimiento más exhaustivo y en la compresión del mundo que nos rodea.

De manera un tanto tardía llegan a mis manos Hotel Nómada y Lluvia roja, ambos editados por Siruela. El primero de ellos se abre con la siguiente cita del sufí Ibn ´Arabi (Murcia, 1165 - Damasco, 1240): El origen de la existencia es el movimiento. Esto significa que la inmovilidad no puede darse en la existencia, pues, de ser ésta inmóvil regresaría a su origen: la Nada. Por esta razón, el viaje no tiene fin, tanto en el mundo superior como en el mundo inferior. No hay viaje, sino movimiento, y con este elemental principio Nooteboom logra que sus miradas y reflexiones, adquieran la condición de crónicas apasionantes: nunca olvida la primera vez que, con apenas quince años, se despidió de su madre, levantó el dedo en su Holanda natal y atravesó, al cabo de una hora, (ustedes saben lo grande que es Holanda), la frontera con Bélgica. Y desde entonces viene manteniendo un interminable diálogo con el mundo utilizando el viaje como lenguaje. Durante un trayecto en barco por el río Gambia recuerda una cita de Kafka y, tras inhóspitos manglares, descubre a unas muchachas sacando agua de un pozo insondable, preguntándose qué gobierno, inglés o francés, ha sido capaz de introducir algún cambio en el mundo milenario que le es dado contemplar. Atravesando Malí, una tierra lunar más extensa que Francia y Alemania juntas, padece nostalgia por saber que asiste a un mundo que tiene los días contados, sintiéndose ajeno y alejado de antiquísimas comunidades que nunca llegará a conocer. En Bolivia, donde sufre mareos y percibe el crudo y frío viento andino, se siente estremecido ante los treinta y dos años de esperanza de vida que tienen los habitantes del Altiplano; en la zona central del Museo de Antropología de México, mirando la tierra arenosa que deja des-cubiertos unos esqueletos, se pregunta por el sabor del destino; finalmente, visitando la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, la misma de la que fue director Jorge Luis Borges, establece un paralelismo entre sus cien cuadernos de notas, elaborados durante cuarenta años, y la Biblioteca de Babel borgeana: él sería el ciego si perdiera sus cuadernos y ya no podría leer lo que él mismo escribió.

En Lluvia roja el autor dedica algunos capítulos a nuestro país. Tiene casa en Mallorca y en Jaca compra unas botellas de vino en una tienda situada enfrente de la catedral románica más bella de España; en un duro invierno en Ámsterdam lee en El País que hay nueve grados en su isla, y en ese momento viaja con el pensamiento a su jardín, haciendo una pormenorizada descripción del mismo; de nuevo en su isla, observa cómo los mediterráneos muros encalados sangran ligeramente tras recibir una lluvia roja procedente del Sahara: los oasis tunecinos de Nefta y Tozeur no quedan tan lejanos en su viajera memoria. Un salto melancólico a los olores de una carretera en su primer viaje a Italia; la lectura de Faulkner en una buhardilla olvidada o los fados que escuchó paseando por las estrechas calles de Lisboa, leyendo poemas de Slauerhoff al mismo tiempo. Las islas Tonga, unos versos de Safo, la Postdamer Platz con vistas al Muro, una Olivetti 22, un criador de perros en Bohemia, Stevenson y Rilke, Irán y Perú… Un mundo inagotable. Un universo —terrenal, heterogéneo y conmovedor— en unos pocos centenares de páginas.

En estos veranos, habitualmente tórridos e inclementes, les recomiendo la lectura de este autor, que ha hecho del viaje una acertada metáfora del aprendizaje continuo, una incesante transacción con los demás, iniciada en su juventud el día en que se puso en movimiento. Más tarde llegó su particular virtuosismo: en el movimiento descubre la calma, y, en ella, la escritura. Paradójica unión de antagonistas con los que consigue equilibradas narraciones, acertados ensayos y sublimes poemas.

CG

*Schreiertoren: "torre de las lamentaciones", desde donde las esposas de los marinos despedían a éstos cuando partían hacia las Indias. (Nota del traductor).

El desvío a Santiago. Círculo de Lectores. Traducción: Julio Grandes. Barcelona, 1994

Hotel Nómada. Libros del Tiempo. Editorial Siruela. Traducción: Isabel-Clara Lorda Vidal. Madrid, 2002

Lluvia roja. El Ojo del Tiempo. Editorial Siruela. Traducción: Isabel-Clara Lorda Vidal. Madrid, 2009

Nota.- Una versión abreviada de este post se publicó el pasado año en el boletín de julio de ApoloyBaco. Mi agradecimiento, siempre, a Luis Miguel León Blanco.

viernes, 13 de julio de 2012

El Sunset Limited, de Cormac Mc Carthy

El Sunset Limited es un tren de cercanías del área metropolitana de Nueva York que, a ciento diez kilómetros por hora, pasa por una estación de metro de la calle ciento cincuenta y cinco. Un hombre blanco ha intentando suicidarse al paso del convoy, siendo salvado en última instancia por un hombre negro que lo lleva a su casa. Poco a poco vamos sabiendo que el primero es profesor de universidad y que el segundo, ex convicto de crueles delitos, vive ahora convertido en un convencido militante evangélico. Ese encuentro, azaroso y determinante para la construcción de la historia, es el inicio de una partida de ajedrez en el que las piezas —los trebejos— han sido sustituidos por argumentos.

Cormac McCarthy ya nos tiene acostumbrados a duros y severos planteamientos existenciales e intensos. En La carretera es el planeta el que agoniza y en otras obras (No es país para viejos o Meridiano de sangre), son los malvados los que dominan, los decentes pierden sus batallas y desaparece la esperanza de nuestros horizontes.

Los diálogos que se producen en el deprimente apartamento obedecen a la ley de contrarios: racionalismo contra pensamiento mágico, la precisión de la inteligencia contra la quietud de la bondad sin límite; uno de ellos ha renunciado a cualquier tipo de hallazgo, "la civilización occidental se esfumó finalmente por las chimeneas de Dachau, pero yo estaba demasiado encandilado para verlo", y para el otro, en cambio, toda ocasión es válida para reproducir una réplica de la palabra de Dios. Ambas posiciones, claro está, son el resultado de las vicisitudes individuales y de las necesidades íntimas de cada uno de los dos contrincantes, y ello produce lógicas opuestas; un juego enrevesado y audaz que intenta resolver —o cuando menos entender— el desolado panorama ético y moral al que ha acabado enfrentándose el mundo occidental.

En los discursos de ambos personajes el escritor se asoma, por primera vez, al dilema del suicidio, ese abismo ante el que muchos humanos acaban resolviendo sus contradicciones y desalientos. Probablemente no estemos ante el mejor Cormac McCarthy, pero entre las conviccioness, los enredos y las incertidumbres que revisten el continuo e inquietante diálogo que se producen entre BLANCO y NEGRO, acabamos oyendo, de manera pertinaz, el silencio de Dios.

CG

El Sunset Limited. Cormac McCarthy
Literatura Mondadori. Barcelona, 2012

Música de fondo: Adagio para cuerdas, de Samuel Barber.

martes, 3 de julio de 2012

Pedir o no pedir

Todos los días pedimos algo. Y a veces no todos los días, sino que a cada momento, solicitamos algo de alguien, rompiendo ese fino equilibrio que proporcionan la libertad y la independencia que, a su vez, supone una garantía para vivir como seres libres e independientes… Ésta es una invitación para observar cómo coinciden estos dos escritores, tan disímiles, tan lejano uno de otro, cuando sus respectivos discursos discurren por parajes adyacentes.

El primero se llama Christoph Hein y fue todo un hallazgo hacia 1988, cuando se descubrió como uno de los autores de referencia para analizar la literatura que se hacía en la antigua RDA. El amigo ajeno, novela escrita en primera persona, revela la vida de Claudia, una doctora refugiada en su mundo interior, una "yo-narradora" encerrada en sí misma, impasible ante una sociedad nutrida de patrones fatalistas y transgresores de la intimidad natural.

En segundo lugar está Javier Marías. La segunda parte de Tu rostro mañana lleva por título Baile y sueño, y en este volumen, que ya ha dejado de ser novedad literaria pero que continua subyugando a sus incondicionales, seguimos descubriendo la vida de Jaime —o Jacobo— Deza, un español al servicio de un grupo innominado, dependiente del MI6.

Los parecidos razonables podrían ser discutibles pero no parecen inverosímiles…

CG / Pepe Amodeo

Algunas veces fui de visita a casa de amigos, arrepintiéndome después en la mayoría de los casos, ya que o teníamos pocas cosas en común y las conversaciones se delataban aburridas, o bien temía enredarme en un destino ajeno. No me intereso ya por los problemas de los demás. Yo también tengo mis propios problemas para los que no hay solución. Todos tienen algunos problemas que no pueden solucionarse. Para qué hablar sobre ellos. Sé que hay mil argumentos que sostienen que precisamente por eso se debe hablar con los demás. A mí eso no me ayuda. Me oprime. Yo no soy un cubo de basura en el que otros puedan descargar sus complicadas historias imposibles de desentrañar. No me siento lo suficientemente equilibrada para eso…

El amigo ajeno. Christoph Hein
Alfaguara Literatura, 1988. pág. 185

—oOo—

Ojalá nunca nadie nos pidiera nada, ni casi nos preguntara, ningún consejo ni favor ni préstamo, ni el de la atención siquiera, ojalá no nos pidieran los otros que los escucháramos, sus problemas míseros y sus penosos conflictos tan idénticos a los nuestros, sus incomprensibles dudas y sus meras historias tantas veces intercambiables y ya siempre escritas (no es muy amplia la gama de lo que puede intentar contarse), o lo que antiguamente se llamaban cuitas, quién no las tiene o si no se las busca, "la infelicidad se inventa", cito a menudo para mis adentros, …

Ojalá nadie se nos acercara a decirnos "Por favor", u "Oye", son las palabras primeras que preceden a las peticiones, a casi todas ellas: "Oye, ¿tú sabes?", "Oye, ¿tú podrías decirme?", "Oye, ¿tú tienes?, "Oye, es que quiero pedirte: una recomendación, un dato, un parecer, una mano, dinero, una intercesión, una gracia, que me guardes este secreto o que cambies por mí y seas otro, o que por mí traiciones y mientas o calles y así me salves…"

Tu rostro mañana. 2 Baile y sueño. Javier Marías
Alfaguara, 2004. pp. 13 y 14

martes, 5 de junio de 2012

Piedra, papel y agua: un mapa íntimo

Es frecuente encontrar poemarios donde hay escondidos recintos privados y mapas secretos —dibujados a mano alzada— que conforman una ciudad vaporosa e inasible a la que el autor nos invita a recorrer de su mano. Eso es lo que he percibido leyendo Piedra, papel y agua, la primera obra que Luis Miguel León Blanco (Sevilla, 1968) ha publicado, una especie de trilogía en la que indaga sobre sus propias esencias poéticas, exponiendo, con estilo y oficio, un sentimiento respetuoso y sólido en lo que al quehacer poético se refiere. Escritor comprometido, divulgador de poetas contemporáneos y clásicos y de la métrica española, su aportación literaria a la web de ApoloyBaco le hizo crecer en el escenario virtual, lo que habría de servirle para que después, en solitario, acometiera con éxito su aventura bloguera, La mirada del hombre.

Luis Miguel es poeta que hace concurrir en un mismo plano sueño y razón. Sus poemas cortos, breves como haikus, son experiencias que combinan el instante atrapado con las certezas de un sabio aforismo: Te creías la tierra / y era imaginario. / ¿Cómo puedes creerte tanto, / siendo tú aún más? Y para las distancias medias y largas suele recurrir a las distintas formas de amor, como esta celebración del reencuentro: Nace el día, / la noche es olvido / y vuelvo a encontrarte. Pero también encontramos versos que celebran, con rigor formal y clásico, la propia identidad en unión con la amada, como el poema titulado "Décimas": Soy silencio, sinfonía / de los placeres certeros / que da a mi voz quereros / desde la vida a la muerte, / pues no hay mayor suerte / que abrir los ojos y veros.

El libro está prologado por Francisco Vélez Nieto, que se declara valedor de la "andadura lírica" que el autor ha escogido: "mesura y cautela, algo que lo lleva a meditar y modular la inspiración sin la premura del tiempo."

Como decía al principio, acérquense a Piedra, papel y agua y déjense llevar de la mano de Luis Miguel León Blanco. Con él podrán pasear bajo las águilas esculpidas en piedra, lectoras de sus versos; acceder a las escalinatas de papel que conducen a sus otoños futuros y contemplar los mares, ríos y lágrimas que sueñan con la tierra firme que sus versos describen; al fin y al cabo, qué son éstos sino sentimentales rutas de un yo, que sintiéndose poeta, hace tiempo que se puso en movimiento

CG

Piedra, papel y agua
Luis Miguel León Blanco
Guadalturia Ediciones. Sevilla, 2012

lunes, 23 de abril de 2012

Los lectores silenciosos (fragmento de "Una historia de la lectura")

Ambrosio era un lector fuera de lo común. “Cuando leía”, dice Agustín, “sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraba el sentido; mas su voz y su lengua descansaban. Muchas veces, estando yo presente, pues el ingreso a nadie estaba vedado ni había costumbre en su casa de anunciar al visitante, así le vi leer en silencio y jamás de otro modo”.

Ojos que escrutan la página, lengua inmóvil: así, exactamente, es como yo describiría hoy a un lector que estuviera sentado con un libro en un café frente a la iglesia de san Ambrosio en Milán, leyendo, tal vez, las Confesiones de San Agustín. Al igual que Ambrosio, el lector se ha vuelto sordo y ciego al mundo, a la gente que pasa por la calle, a las fachadas calcáreas de los edificios, de color carne. Nadie parece advertir la presencia de de un lector absorto: aislado, atento sólo a lo que lee, el lector no despierta la curiosidad de los transeúntes.

Una historia de la lectura. Alberto Manguel. Alianza Editorial. Madrid, 1998. Páginas 60 y 61.

A Cervantes, Shakespeare, Garcilaso de la Vega y Josep Pla: In Memorian. 23 de Abril de 2012. Día Internacional del Libro.

CG / Pepe Amodeo

En la imagen, Hombre leyendo, de John Singer Sargent (1856-1925).

jueves, 5 de abril de 2012

Madre e hijo, de Aleksander Sokúrov: de la melancolía y la incertidumbre

Hay películas que no nacen para ser vistas, sino para ser sentidas. Sentimientos que son forjados por la presencia de la enfermedad, el miedo a la muerte y la soledad, y que tienen como contrapunto el excelso amor de un hijo, entregado por completo al cuidado de una madre a las puertas de un exitus fatal e inevitable.

Nos reuniremos ...”, “... donde acordamos”, le dice el hijo, dolorido, a su madre ya fallecida ... Apenas hay nada más en la película. Y nada menos. El único escenario interior es una casa de campo, carente de muebles y casi en ruinas, que acoge diálogos breves, concisos, con una fuerte carga emotiva. Antes, el hijo ha sacado a pasear a la madre, tan debilitada que ni siquiera le es posible andar. En realidad es un vaporoso cuerpo despidiéndose y el hijo la porta en brazos, componiendo bellísimos planos secuencia que recuerdan a una amorosa y dramática Piedad invertida. Queda el tratamiento estético del paisaje; la plasticidad de los cielos tormentosos y de los campos de trigos batidos alternativamente por suaves o agitadas rachas de viento, recuerda de continuo las visiones sublimes y densas de Caspar D. Friedrich, o incluso las melancólicas pinturas de Savrásov, donde el horizonte se muestra a sí mismo lírico y desnudo.

Aleksandr Sokúrov se vuelve audaz con la perspectiva deformando numerosos planos y fotogramas, concertando una mirada subjetiva con ese sentimiento universal que todos conocemos como amor; la música y los sonidos de la naturaleza parece que entendieran y un árbol recio y curtido recoge el llanto de un hombre perdido y solo. Madre e hijo(*) es una experiencia sobrecogedora donde una mariposa, ladridos lejanos y brisas perpetuas conforman este lado de la frontera, abierta fugazmente a ese arcano, inquebrantable y firme, al que llamamos muerte.

Pepe Amodeo

(*)Título original: Mat i syn
Año: 1997
Director: Aleksander Sokúrov
Intérpretes: Aleksei Ananishnov y Gudrun Geyer

domingo, 12 de febrero de 2012

Los Millares, sierra de Gádor, Almería

Ni siquiera el viento tiene aquí norte.

Se agostan las estípites en estos campos que añoran espigas doradas, mecidas por brisas perpetuamente esperadas.

Silencio: es lo que merece esta piel, esta corteza orgullosa de su humilde rastrojo.

Este lugar de vencidos iluminó esta mañana —que llevábamos tanto tiempo soñando—, convirtiendo los pastos de silencio y dudas en fuentes dibujadas, más allá de las afueras del pasado y del futuro.

Sin embargo, si oímos bien, desde este lugar, la propia tierra dicta, de continuo, sus lecciones.

Pepe Amodeo. 26 de enero de 2012

Ilustración: Restos arqueológicos de Los Millares.

domingo, 15 de enero de 2012

Una frase

Si sólo lees los libros que lee todo el mundo, sólo podrás pensar como piensa todo el mundo.

Frase de Nagasawa, el amigo dionisíaco de Toru Watanabe, protagonista de Tokio Blues.

Tokio Blues. Haruki Murakami
Tusquets Ediciones. 2005

CG / Pepe Amodeo

Ilustración: Mujer leyendo, Henri Matisse.

Música de fondo: Norwegian wood, The Beatles.

domingo, 1 de enero de 2012

Año Nuevo

Muy de tarde en tarde me dirijo a los libros de poesía que tengo algo olvidados, aquellos que esperan pacientemente —sin queja alguna— a que mis manos abran sus páginas y a que mis ojos se posen sobre sus versos únicos e imperecederos. Por alguna razón que desconozco, en esa hora quimérica y desvaída del amanecer, he recordado un poemario de Juan Lamillar. Tonificado todavía por el calor acumulado durante la noche lo hallo en el estante adecuado: lecciones del tiempo, agendas antiguas, claustros, escrituras y cenizas. Esta vez no lo abro al azar, sino que me voy al índice y busco el poema que me asaltó en la peregrina hora de la aurora…

RETRATO DE SIBILA
Guarda la rama mágica, la puerta de los muertos.
En hojas dispersadas por el tiempo y el aire
traza sus letanías, oscuros vaticinios
misteriosos: “Para morir llegará un Dios
y tengo ya en mis manos la corona de espinas”.
Delfos, Samos o Cumas son patrias de mensajes
perdidos en los siglos, descifrados mañana:
“Un Dios desconocido vendrá para morir.
Pero será inmortal. Ya mis manos paganas
aprietan sigilosas los signos de su muerte”.

Juan Lamillar. Las lecciones del tiempo. Pre-Textos. Valencia, 1998

La leyenda más famosa atribuida a la sibila de Cumes, o Cumas, trataba de los nueve libros proféticos que la adivina quiso vender a Tarquino el Soberbio, el último rey de Roma. Éste se negó a pagar el precio pedido por ser muy elevado. La sibila, ofendida, echó tres volúmenes al fuego, seguidos de otros tres ante la negativa de Tarquino. Finalmente el rey acepta los tres restantes por el precio fijado inicialmente.

Los tres ejemplares fueron custodiados durante siglos en el templo de Júpiter, situado en la colina del Óptimo Máximo (colina Capitolina), donde serían consultados en épocas de emergencia. El futuro del año que hoy empieza, puede muy bien representarse en la sibila de Miguel Ángel —decrépita, bruja y giganta— que lee nuestro porvenir en un libro cuyas páginas, convenientemente, están en blanco… Feliz 2012.

Pepe Amodeo / CG

Ilustración: Sibila de Cumes, hacia 1510. Capilla Sixtina, Roma

Música de fondo: Morning (Peer Gynt), de Edvard Grieg

viernes, 11 de noviembre de 2011

Mirarse en el espejo

A veces, mientras te miras al espejo, cuesta trabajo reconocer al sujeto que no te quita ojo desde la brillante y eficaz conjunción de vidrio y metal, y hasta podrías llegar a pensar que, si te lo encontraras por la calle, no te fiarías de él ni un pelo: el conflicto permanente entre la individualidad que tutela nuestros sueños y la vida diaria, origina una curiosa y continua negociación de la que nunca salimos satisfechos. Buscamos en la oscuridad, tanteamos nuestras voluntades, atisbamos luces y, al final, nos resolvemos entre penumbras y tinieblas. Saber de buena tinta quiénes somos, o creer saberlo, es la tarea ímproba que nos persigue desde que abrimos los ojos al mundo. ¿Somos como nos pensamos, o son los demás los que llevan la razón y saben cuál es nuestra verdadera naturaleza? ¿Vanidad de Narciso o suma de incertidumbres? Quién lo sabe.

Tan atípica reflexión tiene su origen en el poema Los Otros, Los Demás, Ellos, de Fernando Beltrán (Oviedo, 1956), cuya lectura me ha conmovido: las vacilaciones han desaparecido, aunque sea fugazmente, y por fin, durante unos instantes, he sabido quién era yo.

CG

Los Otros, Los Demás, Ellos

El serbio que destruye un colegio soy yo,
el ruandés que mata a machetazos soy yo,
el terrorista que coloca la bomba soy yo,
el hombre que dispara en un hiper de Texas soy yo,
el judío que bombardea un campo de refugiados soy yo,
el palestino que clama en el desierto soy yo,
el albanés que huye en un barco soy yo,
el marroquí que se ahoga al cruzar el estrecho soy yo,
el guerrillero que aún sueña en El Salvador soy yo,
el bebé somalí que se muere de hambre soy yo,
el médico sin fronteras soy yo,
el general que apunta soy yo,
el empresario que emite residuos radiactivos soy yo,
el enamorado que mata por amor soy yo,
el loco que muere por amor soy yo,
el político sin escrúpulos soy yo,
el funcionario corrupto soy yo,
el funcionario honrado soy yo,
el hombre capaz de lo mejor,
el hombre capaz de lo peor,
el hombre a secas, yo

Fernando Beltrán. La semana fantástica. Poesía Hiperión. Madrid, 1999.

Ilustración: Mujer ante el espejo. Paul Delvaux (1897-1994).

Música de fondo: Exodus. Tema principal. Ernest Gold.

sábado, 1 de octubre de 2011

Octubre, un poema de Mª Fernanda Trujillo

El otoño suele atraer a toda suerte de poetas y escritores, los cuales ven en su luz oblicua y en sus evocadoras y melancólicas tardes, pretextos ideales para la introspección poética.

Pero María Fernanda Trujillo, poeta, escritora, viajera y observadora de lo cotidiano, al escribir este poema dedicado a Octubre, desdice de todo lo anterior. María Fernanda —compañera y amiga entrañable—, sabe de lo que habla en su decir poético, mostrando un verbo lírico y terso a favor del estío: casi sin nombrarlo reivindica la estación perdida y reprende al otoño con suavidad, condescendiente con él a pesar de su falta de decoro y su capacidad para deslucirle los pétalos.

Con Octubre iniciamos una nueva sección, El poema del mes. Que lo disfruten.

CG

Octubre

Viene el otoño a posarse en mi ventana
por sorpresa, como tiene por costumbre.

Se acerca y contraría mi voluntad
habituada, como estaba, a la sensualidad del estío,
a su naturaleza ardiente, al sol maniatado en las persianas
de mi cuarto.

Viene a respirarme: gris, famélico y trabajoso,
a corearme el lento latido de la sangre,
a morderme, indecoroso, los labios.

A estorbar la frescura que emanaba del arroyo cercano,
y a abandonarme, baldíos los pies, a merced del relente.

Viene a deslucirme los pétalos, que ahora gimen,
privados del umbroso refugio del alféizar.

Llega para transgredirme las caderas
e inundarme de lágrimas la simiente.

Y en su ultraje se hace acompañar de un viento infame,
que acrecienta la condena
mientras ansío la libertad de una nueva y
                                            complaciente amanecida.

El otoño vuelve a posarse en mi ventana
por sorpresa, como tiene por costumbre.

Mª Fernanda Trujillo León

Música de fondo: Summertime, Nina Simone...

viernes, 12 de agosto de 2011

Una visita obligada

En el centro de la Praça da Batalha, justo en la parte trasera de la Estación de San Bento, hay una estatua dedicada a don Pedro V, hay bancos en los que se sientan los desocupados de la zona, indiferentes al trajín de los turistas, y hay palomas. En el teatro San João se estrena El Avaro, de Molière; desde cualquier ángulo de la plaza se cuentan cuatro hoteles, uno de ellos cerrado, unos billares desvencijados encima del café Chave D´ouro y dos o tres restaurantes… Por su centro discurren, al menos, dos líneas de tranvías. Es un buen espacio de referencia para, desde allí, llegar a la librería Lello & Irmão, acaso una de las más bellas librerías del mundo.

Doblo ante la fachada barroca de la iglesia de san Ildefonso para tomar la Rua 31 de Janeiro y luego la Rua dos Clérigos. Asciendo con esfuerzo la Rua das Carmelitas y por fin me encuentro ante la fachada neogótica de la legendaria librería. Los dos escaparates que flanquean la entrada principal rebosan de novedades bien ordenadas. Al entrar, la escalera roja atrae mi mirada, pero unos segundos más tarde ésta se detiene en las altas y acristaladas estanterías que cubren la sala de arriba abajo: allí mandan los libros y el espacio guarda una memoria reverencial y centenaria. En la primera planta, cerca de la triple ventana que da a la calle, los propietarios del establecimiento han colocado, en tamaño afiche, una página de El País, edición de Cataluña, con un artículo de Enrique Vila-Matas titulado Pensando en Oporto. Conciso, breve y con la autoridad que lo caracteriza, VM le concede a la librería la atención obligada y un par de certeros calificativos, pero al hablar de escaparates no lo hace para referirse a la librería sino para hablar de una tienda, regentada por un hombre que se parece sorprendentemente a Saramago, y que vende exclusivamente trampas para cazar ratones. El escaparate, dice, donde se exhiben los más variados modelos de trampas, es sencillamente sensacional. La crónica, publicada en marzo de 1996, no se encuentra en Internet. Pero afortunadamente sí hay una manera de disfrutarla: está incluida en esa rara antología de escritos que VM publicó en 2004 en Alfaguara y que lleva por título Desde la ciudad nerviosa, con una sugerente foto de Hedy Lamarr en la cubierta.

Vuelvo la mirada al interior de la librería. En los pilares de madera se distinguen los rostros de Eça de Queiroz, Guerra Junqueiro, Castelo Branco… El techo proyecta una diáfana claridad cuyo origen es la amplia vidriera que contiene el exlibris de Lello & Irmão, con el destacado lema Decus in Labore (Gloria al trabajo manual). Mientras desciendo las escaleras no puedo evitar pensar que aquí se ha erigido un templo hacia la bondad de las ideas y las emociones contenidas en todos los libros del mundo.

Al marcharme me siento ligeramente contrariado. El empleado, que nos recibió con una breve sonrisa, muestra de repente un rostro cansado y sus restrictivas indicaciones en voz alta, sin destinatarios concretos —no foto!, no flash!—, se han convertido en una salmodia incómoda y repetitiva que perturba mis ganas de dialogar con él. Fuera, el calor húmedo y sofocante, pero no tan inclemente como el de mi tierra, me acompañará el resto de la tarde. El mundo de los obras escritas queda atrás. Ahora toca acercarse al libro abierto y con las páginas en blanco que nos ofrecen, pretéritas y majestuosas, las calles de Oporto.

CG

Música de fondo: Cualquier tema de Márta Sebestyén...

Este post ha sido publicado en la revista electrónica Calle Ficción.

domingo, 3 de julio de 2011

La cara del dolor, según Leonardo da Vinci

Cuando la cabeza duele, todos los miembros duelen...
Don Quijote de la Mancha, 2ª parte, capítulo II         
Miguel de Cevantes Saavedra                                 

Numerosos historiadores y biógrafos han relacionado en sus trabajos la incidencia de migrañas incapacitantes entre personajes ilustrísimos: Pedro I el Grande, María Tudor, Ulises S. Grant, Edgar Allan Poe, Virginia Wolf, Chopen, Kant o Graham Bell, son sólo una reducida representación de una nómina a la que habría que añadir los millones de anónimos sufridores de este lacerante y afilado mal.

El alumno de Verrochio, el célebre Leonardo (Vinci, 1452 - Amboise, 1519), dio muestras sobradas a lo largo de su vida del interés que siempre sintió por la belleza absoluta y cuyo principal ejemplo fue, siguiendo el ideal renacentista, la consecución del hombre ideal, u Hombre de Vitruvio. Pero no sólo se ocupó de describir el imperio del hombre en el mundo, sino que también se interesó por representar la naturalidad  de los sentimientos.

Esta magnífica cabeza(*), procedente de una de las dos colecciones de Leonardo que fueron propiedad de Pompeo Leoni y que hoy puede admirarse en el British Museum, es un estudio a sanguina de un rostro que acusa los estragos de un dolor identificable con un fuerte episodio de migraña. Los ojos, alineados en un poderoso fruncido, obligan a que la boca se arquee, dejando ambas mandíbulas ligeramente retraídas. Con el esfumado, sfumato, técnica que Leonardo ensayó en la Gioconda y en San Juan Bautista, consigue captar la gravedad de la expresión, conferida por el sufrimiento de una dolencia que no sabemos si el autor padeció en sí mismo o solamente imaginó.

CG

(*) Estudio de expresión. Leonardo da Vinci
Dibujo a sanguina sobre papel. Londres. British Museum.

Música de fondo: Meditación de Thais. Jules Massenet (1842 - 1912).

viernes, 10 de junio de 2011

Argullol en estado puro: Breviario de la aurora

Rafael Argullol (Barcelona, 1949), publicó en el año 2006 este Breviario de la aurora, un intenso y lírico ejemplo de fusión entre pensamiento poético e intuición creadora. Según su autor, el libro nace con voluntad de concisión, y debe ser entendido como un trabajo que discurre en paralelo a su Enciclopedia del crepúsculo, más vigorosa y abultada. Tras la portada –una ilustración de arte mogol del siglo XVI de elegante y prometedor diseño– aparece un prefacio brevísimo y directo del autor. Son 360 definiciones (obsérvese que el número es más identificable con los grados sexagesimales que con los días del año), cuya organización alfabética facilitan su hallazgo. El escritor, consciente de que la brevedad puede hacer incurrir la definición en el laconismo, utiliza la técnica del aforismo, alejándose del aserto y del axioma para construir sus definiciones, las cuales, como él mismo reconoce, han sido escritas en cualquier momento del día, aunque algunas voces surgieron tras la neblina del sueño, y, de manera frecuente, durante el insomnio.

CULTURA: A la sombra del bosque de símbolos.

ESENCIA: Corazón desnudo de la rosa.

IMAGINACIÓN: El viaje hacia todas las direcciones.

ORIGEN: El largo rodeo a través del infinito para llegar a casa.

Es obligatorio, de manera común, asistir a momentos crepusculares cuando nuestra jornada está a punto de finalizar. Pero presenciar las auroras, los amaneceres de nuestros días, es opcional. La aurora pasa más desapercibida, más inadvertida, porque el propio y violento arranque de nuestras agitadas jornadas hace que, delante de nuestras narices, se vuelva invisible. Acaso sea por eso que buscando dentro de este amplio breviario –perdón si el oxímoron resulta exagerado– la voz AURORA, el autor nos lo define como el regalo cotidiano que no hemos hecho nada por merecer.

A nuestro juicio, este Breviario…, compone una seductora entrega más del escritor, filósofo y viajero, cuyo objetivo es activar la reflexión continua, poderosa arma contra la débil actividad intelectual, inherente, a veces, a la existencia moderna.

CG / Pepe Amodeo
Música de fondo: Concierto en re menor. Adagio. Alessandro Marcello (Venecia, 1669-1747).

miércoles, 11 de mayo de 2011

Duchas: Muñoz Molina vs McEwan

—Ni que fuéramos a tirarnos de cabeza al mar —mi tío, jovialmente, ya se había situado exactamente debajo de la alcachofa de la ducha, y sujetaba el alambre—. ¿Preparado?
Dije que sí, casi pegado a él, en el espacio escaso del cobertizo, y entonces mi tío tiró del alambre, cerrando los ojos, y al principio no pasó nada y volvió a abrirlos. El mecanismo debía haberse atascado. Mi tío tiró otra vez, con más fuerza, y se quedó con el gancho de alambre en la mano, pero entonces el agua empezó a caer sobre nosotros, fría, en hilos muy finos, como una lluvia desconcertante y gozosa, y mi tío llamó a gritos a mi madre y a mi abuela y abrió la puerta de tablones del cobertizo para que las dos vieran la maravilla de la ducha que caía sobre nosotros y chorreaba en el suelo. Recibíamos el agua con las bocas abiertas y los párpados apretados, como una lluvia benévola que se pudiera manejar a voluntad. Mi tío me hacía cosquillas, me frotaba su trozo áspero de jabón por la cara, me apartaba para recibir él todo el chorro, y mi madre y mi abuela se reían tan escandalosamente al vernos que pronto llamaron la atención de las vecinas en los corrales próximos.
—¿A qué vienen tantas risas?
—Los vecinos, que han puesto una ducha.
—¡La ducha! —dijo mi tío, a voces—. ¡El gran invento del siglo! El día que me case me daré una gran ducha antes de vestirme de novio...
Entonces, tan bruscamente como había empezado, aquella lluvia suave y fría se interrumpió, y mi tío y yo nos quedamos mirándonos, las caras y el pelo llenos de jabón, los pies chapoteando en agua sucia, junto la taza del retrete, una o dos gotas escasas, con color de óxido, cayendo despacio de la alcachofa de la ducha.

El viento de la luna. Antonio Muñoz Molina
Seix Barral. Biblioteca Breve. Barcelona, 2006. pp. 31-32
Crítica de la novela en Letras Libres.

—oOo—

Henry se coloca debajo de la ducha, una cascada potente bombeada desde el tercer piso. Cuando esta civilización se derrumbe, cuando los romanos, sean quienes sean esta vez, se hayan marchado por fin y empiece la nueva era de las tinieblas, esto será uno de los primeros lujos que perdamos. Los viejos acuclillados junto a las hogueras de turba hablarán a sus incrédulos nietos de que en mitad del invierno se ponían desnudos bajo chorros de agua caliente y limpia, les hablarán de pastillas de jabón perfumadas, de ámbar viscoso y líquidos bermellón con que se frotaban el pelo para dejarlo reluciente y más voluminoso de lo que era en realidad, y de gruesas toallas tan grandes como togas, extendidas sobre rejillas calientes.

Sábado. Ian McEwan
Anagrama. Panorama de narrativas. Traducción de Jaime Zulaika. Barcelona, 2005. pp. 177-178
Crítica de Sábado en Letras Libres.

domingo, 3 de abril de 2011

Correr, de Jean Echenoz

Que nadie busque en esta biografía de Emil Zátopek listas exhaustivas de las marcas conseguidas por el atleta checo, o puntuales fechas de sus innumerables hazañas deportivas... Nada de eso. Zátopek —¿no suena ese nombre a locomotora?— aparece a lo largo del relato como un héroe denodado que resulta humilde en todas sus victorias: no pide disculpas por ganar pero jamas se ha podido contermplar a un ganador tan ajeno al éxito conseguido; no estamos ante un depredador, un oportunista, de los que tanto abundan hoy en diversas órdenes de la vida pública, incluido el atletismo, acaso reconocido como el más excelso de los deportes, ni tampoco estamos ante un virtuoso que despide cierto olor a naftalina. Pero también es probable que el Zátopek del que nos habla Echenoz no fuese el verdadero, aunque ello no importe: al verdadero no lo conoceremos jamás, ya que esa dicha sólo le estuvo permitida a unos cuantos. No obstante, el novelista nos permite aproximarnos a un héroe singular, cercano, entrañable.

El relato comienza con las tropas nazis penetrando en la Moravia y finaliza, en el capítulo 20, con la invasión de los tanques, esta vez del Pacto de Varsovia, en las calles de Praga. Curioso cierre de círculo, si constatamos que en las pistas de atletismo el punto de inicio de una carrera es también el final de la misma. En este largo paréntesis asistimos a la ascensión brillante y al declive —discreto y razonable en lo deportivo, lacerante y doloroso en lo personal—, del héroe que iluminó los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952. Este checo, que llegó tardío al atletismo, venció en los 10.000 metros; tres días más tarde vuelve a vencer en 5.000; al cuarto día vuelve a enfundarse la camiseta y compite por primera vez en su vida en la maratón, logrando el tercer oro. Nadie lo había conseguido con anterioridad y nadie lo ha conseguido desde entonces.

Existe un aforismo que describe a la perfección la diferencia entre la velocidad y el gran fondo: si quieres ganar corre cien metros, pero si quieres vivir otra vida corre una maraton. Acaso sea esta la razón por la que el héroe, este héroe, resulta ser una persona conectada con su tiempo, estableciéndose un paralelismo permanente entre su propia vida y los acontecimientos políticos y sociales que convulsionaron al mundo en la segunda mitad del siglo XX. La lectura de Correr* supone contemplar un retablo levantado para mostrar un perfil nítido y creible, el del personaje principal, que compartió espacios y contrastes con su tiempo. Luego llegaron los claroscuros, aquellas sombras amenazadoras que en vano lograron pervertir la luminosidad del dulce Emil, un hombre que se valió del polvo que levantaron sus zapatillas para la construcción de un horizonte propio, capaz de transmitir esperanzas e ilusiones a quienes, desde la lejanía de la historia, lo seguimos admirando.

CG / Pepe Amodeo

*: Correr. Jean Echenoz. Anagrama. (Barcelona, 2010). Traducción de Javier Albiñana.

jueves, 20 de enero de 2011

Es medianoche y hay luna llena ...

... pero no hay perigeo, ni apogeo, ni eclipse parcial ni total. Lo que me trae aquí, y ahora, se llama insomnio y esta noche tiene un más que probable origen: haber finalizado la relectura, después de diez años, de Soldados de Salamina, de Javier Cercas. Y es que ni siquiera he podido entrar en la fase de vigilia (estado hipnagógico según los psicólogos y neurólogos, inverosímil puente hacia el sueño profundo), pensando en el desgarbado Stacy Keach, el joven Jeff Bridges y la atormentada Susan Tyrrell: los tres recorriendo las calles y los bares de Stockton, la ciudad del saludo cómplice entre Roberto Bolaño y Antoni Miralles, el milagroso héroe superviviente de dignísimas y patrióticas batallas, pero al que nadie, en la novela de Cercas, le había dado las gracias. Luego, como si de una sesión doble se tratara, he recordado otra soledad, la de Fredrich March en el film Middle in the night, una memorable película que Delbert Mann realizó, en blanco y negro, en 1959.

Me asomo a la ventana y compruebo que sí, que allá en lo alto la luna está llenísima. Y me acuerdo del poema La cifra, de Jorge Luis Borges... ¡Cuántas veces se nos ha dado contemplarla, y cuántas se nos ha dado, también, disfrutar del sabor extraordinario de un beso! Y por estos actos —infinitos, únicos, sublimes—,  nunca, nunca, nos acordamos de dar las gracias...

La amistad silenciosa de la luna
(cito mal a Virgilio) te acompaña
desde aquella perdida hoy en el tiempo,
noche o atardecer en que tus vagos
ojos la descifraron para siempre
en un jardín o un patio que son polvo.
¿Para siempre? Yo sé que alguien, un día,
podrá decirte verdaderamente:
No volverás a ver la clara luna.
Has agotado ya la inalterable
suma de veces que te da el destino.
Inútil abrir todas las ventanas
del mundo. Es tarde. No darás con ella.
Vivimos descubriendo y olvidando
esa dulce costumbre de la noche.
Hay que mirarla bien. Puede ser la última.

La cifra, Jorge Luis Borges. 1981

Es tarde. Y, aunque sé que algún día me equivocaré, vuelvo a confiar en que no será la última vez que veré la luna. Pero antes de dormir —o de intentarlo—, me concederé unos minutos para escuchar a Kris Kristofferson en Help me make it trought the night, la banda sonora de Fat City. Y de nuevo, entre las sabanas, volveré a imaginar que acaso, un improbable día, alguien tan honorable como Miralles me concederá el honor de pedirme que lo abrace... Y si eso sucede en un futuro remoto, me gustaría tener la sensibilidad, el acierto, del Javier Cercas de la novela, reconociendo —y apreciando, claro—, "el olor desdichado de los héroes".

CG

jueves, 6 de enero de 2011

Noche de Reyes

Cuántas noches como ésta permaneciste en vela,
a la espera del alba,
apoyado de pechos en tu almena,
insomne centinela de la ciudad cansada,
y cuántas otras noches
la fatiga y la pena concertadas
en la raya del día te vencieron.
Las cuentas están claras:
soledad, soledad y muchas noches
como esta misma noche, solitarias.

La tristeza es un tiempo
en que no pasa nada,
porque pasó lo que pasar debía
como si no pasara,
como si fuera el gasto corriente de la vida,
algo sin importancia:
la moneda menuda que olvidamos
en los bolsillos de la ropa usada
o esos números viejos de teléfono
a los que nunca llamas.

A lo lejos se apaga un ruido de motores.
Silba el viento en su flauta
una monodia trémula.
Llueve en la interminable madrugada
y refleja la luz de los faroles
el húmedo encachado de la plaza.
Alguien camina por los soportales.
Se ha fundido ya el hielo en tu vaso de malta.
Llueve en esta vigilia sin consuelo
donde sólo la noche te acompaña.

Noche de Reyes. Jon Juaristi, Tiempo desapacible. 1996

Los lunes, poesía
Antología de poesía española contemporánea para jóvenes
Selección de Juan Carlos Sierra. Poesía Hiperión. 2004

Música de fondo: Pavana en Fa menor sostenido. Op.50. Gabriel Fauré

sábado, 1 de enero de 2011

Cambio de década

Permitidme que me exprese como de aquellos que piensan que la decada comienza hoy, y no justamente hace un año. En cualquier caso, he aquí mis desasosiegos entre pasado, presente y futuro. Desde luego, si he de elegir, prefiero el ciego, feroz y comprometido presente ...

De cuanto mis ojos ven
Tarde o temprano sangrará tu herida,
y no será momento de hacer frases.

La herida. Luis Alberto de Cuenca
Florilegium. Poesía última española. Austral, 1982

De cuanto mis ojos ven, son las claridades las que anchan mis ademanes.

De cuanto mis ojos ven, son los espacios los que llenan mis memorias.

De cuanto mis ojos ven, son los colores los que adentran mis pasiones.

Abriendo los ojos para nutrir gestos, evocaciones y ardores,

cometo descuidos. Entonces se me cuelan, hasta el alma, los brillos

y oropeles que el futuro promete, enfrentados al desván

de los actos pasados, con los celos y júbilos ya emigrados y lejanos.

Ahora mi obligación es seguir vigilando mi equipaje, mis redes,

que del encuentro entre pasado y futuro

-veneros de tinieblas y sables efímeros-,

han de venir las actas jubilosas a que el presente obliga.

CG

Música de fondo: Estranha forma de vida. Amalia Rodrigues

miércoles, 22 de diciembre de 2010

O Fortuna

Oh, Fortuna. Con mayúscula. Un nominal que infiere alegría la mayoría de las veces, pero que, como escribieron los anónimos goliardos de la época, “siempre cambiante / creciendo y decreciendo, / unas veces oprimes y luego calmas; / la miseria / y el poder / se derriten como el hielo / ante tu presencia”.

Hoy es el día. Hoy se romperán muchos sueños, pero unos pocos “afortunados” podrán subirse a la superficie generosa de la rueda... Que les dure mucho. Que ojalá les dure para siempre... Tanto, que cuando la cara oscura de la rueda vuelva a pedirles tenebrosos intereses por las venturas recibidas, hayan olvidado el juego. Y de nuevo renacerá en ellos la ilusión por ascender desde los infiernos, de volver a alcanzar el lado brillante de la rueda... Et sic in infinitum.

CG / Pepe Amodeo