jueves, 26 de noviembre de 2009

Un retrato


Considerando el modo de trabajar de un pintor que en mi casa empleo, hanme entrado deseos de seguir sus huellas. Elige el artista el lugar más adecuado de cada pared para pintar un cuadro conforme a todas las reglas de su arte, y alrededor coloca figuras extravagantes y fantásticas, cuyo atractivo consiste sólo en la variedad y rareza. Así comienza Montaigne el capítulo XXVII, titulado De la amistad, contenido en los Ensayos, su obra más significativa.

Si elijo esta entradilla es porque eventualmente el ensayista se sirve de la figura de un pintor para, posteriormente, abundar en su discurso sobre lo que -con certero juicio, como siempre-, el ejercicio de la amistad reporta a la condición humana.

Y aquí viene la paradoja, porque un amigo nos sorprende con una recomendación inusual en él. Un dato, un nombre vinculado a la red, nos derivan a un blog personal de los que tanto abundan en la Nube y que difiere de este mismo sólo por el material grafico que contiene. Se trata de Ángel de la Custodia, pintor de Rota, Cádiz.

Tras observar la decena larga de cuadros que el autor ofrece a los visitantes de este blog, me vuelvo una y otra vez para contemplar el detalle del retrato de su padre, del que, además, ofrece un primer plano del rostro. El título es revelador, Mi padre, y, más abajo, le añade una frase rotunda y esclarecedora: Homenaje a mi padre.

Aunque resulte obvio decirlo, todo arte que no promueva la vida es vano e inútil. El artista, por tanto, deberá despojarse de experiencias estéticas aprendidas y quedarse sólo ante el objeto interpretado. Es en ese momento cuando aparece el misterio: lograr que el tránsito de lo percibido al soporte genere una experiencia sublime, la misma que deberán percibir quiénes finalmente acaben contemplándolo. En el retrato que aquí comentamos aparece un hombre de aspecto formal, con la seriedad justa, proporcional a la madurez representada. Las gafas que lleva aparecen etéreas y sutiles, en contraste con el tono severo de la piel del rostro, que se manifiesta curtido y atezado. Una frente ancha y noble recibe un sol que le hace fruncir los ojos, posible defensa de quien puede pasar muchas horas bajo la luz de la costa meridional. El rostro transmite serenidad y entereza y el ángulo de inclinación del cráneo en relación al cuello denota una actitud entre la abstracción y la espera. Viendo esta obra no se puede dejar de percibir el gesto de amor del pintor que, con este retrato, pretende homenajear a su padre. Otro creador, esta vez un escritor, festejó la figura de su padre con palabras proverbiales, magníficas. Antonio Muñoz Molina, en su novela El viento de la luna, perfiló la siguiente frase: "Debería uno conservar siempre el recuerdo de la última vez que caminó de la mano de su padre."

Tanto Pepe Amodeo y yo animamos a Ángel de la Custodia a que siga proyectando en sus cuadros la misma mágica luz de Rota, los mismos cuerpos que hablan el lenguaje de los gestos y a continuar retratando expresiones, que no rostros. No será en balde y estará propiciando la memoria, oponiéndose al olvido.

CG / Pepe Amodeo