En el centro de la Praça da Batalha, justo en la parte trasera de la Estación de San Bento, hay una estatua dedicada a don Pedro V, hay bancos en los que se sientan los desocupados de la zona, indiferentes al trajín de los turistas, y hay palomas. En el teatro San João se estrena El Avaro, de Molière; desde cualquier ángulo de la plaza se cuentan cuatro hoteles, uno de ellos cerrado, unos billares desvencijados encima del café Chave D´ouro y dos o tres restaurantes… Por su centro discurren, al menos, dos líneas de tranvías. Es un buen espacio de referencia para, desde allí, llegar a la librería Lello & Irmão, acaso una de las más bellas librerías del mundo.
Doblo ante la fachada barroca de la iglesia de san Ildefonso para tomar la Rua 31 de Janeiro y luego la Rua dos Clérigos. Asciendo con esfuerzo la Rua das Carmelitas y por fin me encuentro ante la fachada neogótica de la legendaria librería. Los dos escaparates que flanquean la entrada principal rebosan de novedades bien ordenadas. Al entrar, la escalera roja atrae mi mirada, pero unos segundos más tarde ésta se detiene en las altas y acristaladas estanterías que cubren la sala de arriba abajo: allí mandan los libros y el espacio guarda una memoria reverencial y centenaria. En la primera planta, cerca de la triple ventana que da a la calle, los propietarios del establecimiento han colocado, en tamaño afiche, una página de El País, edición de Cataluña, con un artículo de Enrique Vila-Matas titulado Pensando en Oporto. Conciso, breve y con la autoridad que lo caracteriza, VM le concede a la librería la atención obligada y un par de certeros calificativos, pero al hablar de escaparates no lo hace para referirse a la librería sino para hablar de una tienda, regentada por un hombre que se parece sorprendentemente a Saramago, y que vende exclusivamente trampas para cazar ratones. El escaparate, dice, donde se exhiben los más variados modelos de trampas, es sencillamente sensacional. La crónica, publicada en marzo de 1996, no se encuentra en Internet. Pero afortunadamente sí hay una manera de disfrutarla: está incluida en esa rara antología de escritos que VM publicó en 2004 en Alfaguara y que lleva por título Desde la ciudad nerviosa, con una sugerente foto de Hedy Lamarr en la cubierta.
Vuelvo la mirada al interior de la librería. En los pilares de madera se distinguen los rostros de Eça de Queiroz, Guerra Junqueiro, Castelo Branco… El techo proyecta una diáfana claridad cuyo origen es la amplia vidriera que contiene el exlibris de Lello & Irmão, con el destacado lema Decus in Labore (Gloria al trabajo manual). Mientras desciendo las escaleras no puedo evitar pensar que aquí se ha erigido un templo hacia la bondad de las ideas y las emociones contenidas en todos los libros del mundo.
Al marcharme me siento ligeramente contrariado. El empleado, que nos recibió con una breve sonrisa, muestra de repente un rostro cansado y sus restrictivas indicaciones en voz alta, sin destinatarios concretos —no foto!, no flash!—, se han convertido en una salmodia incómoda y repetitiva que perturba mis ganas de dialogar con él. Fuera, el calor húmedo y sofocante, pero no tan inclemente como el de mi tierra, me acompañará el resto de la tarde. El mundo de los obras escritas queda atrás. Ahora toca acercarse al libro abierto y con las páginas en blanco que nos ofrecen, pretéritas y majestuosas, las calles de Oporto.
CG
Música de fondo: Cualquier tema de Márta Sebestyén...
Este post ha sido publicado en la revista electrónica Calle Ficción.
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