lunes, 23 de abril de 2012

Los lectores silenciosos (fragmento de "Una historia de la lectura")

Ambrosio era un lector fuera de lo común. “Cuando leía”, dice Agustín, “sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraba el sentido; mas su voz y su lengua descansaban. Muchas veces, estando yo presente, pues el ingreso a nadie estaba vedado ni había costumbre en su casa de anunciar al visitante, así le vi leer en silencio y jamás de otro modo”.

Ojos que escrutan la página, lengua inmóvil: así, exactamente, es como yo describiría hoy a un lector que estuviera sentado con un libro en un café frente a la iglesia de san Ambrosio en Milán, leyendo, tal vez, las Confesiones de San Agustín. Al igual que Ambrosio, el lector se ha vuelto sordo y ciego al mundo, a la gente que pasa por la calle, a las fachadas calcáreas de los edificios, de color carne. Nadie parece advertir la presencia de de un lector absorto: aislado, atento sólo a lo que lee, el lector no despierta la curiosidad de los transeúntes.

Una historia de la lectura. Alberto Manguel. Alianza Editorial. Madrid, 1998. Páginas 60 y 61.

A Cervantes, Shakespeare, Garcilaso de la Vega y Josep Pla: In Memorian. 23 de Abril de 2012. Día Internacional del Libro.

CG / Pepe Amodeo

En la imagen, Hombre leyendo, de John Singer Sargent (1856-1925).

jueves, 5 de abril de 2012

Madre e hijo, de Aleksander Sokúrov: de la melancolía y la incertidumbre

Hay películas que no nacen para ser vistas, sino para ser sentidas. Sentimientos que son forjados por la presencia de la enfermedad, el miedo a la muerte y la soledad, y que tienen como contrapunto el excelso amor de un hijo, entregado por completo al cuidado de una madre a las puertas de un exitus fatal e inevitable.

Nos reuniremos ...”, “... donde acordamos”, le dice el hijo, dolorido, a su madre ya fallecida ... Apenas hay nada más en la película. Y nada menos. El único escenario interior es una casa de campo, carente de muebles y casi en ruinas, que acoge diálogos breves, concisos, con una fuerte carga emotiva. Antes, el hijo ha sacado a pasear a la madre, tan debilitada que ni siquiera le es posible andar. En realidad es un vaporoso cuerpo despidiéndose y el hijo la porta en brazos, componiendo bellísimos planos secuencia que recuerdan a una amorosa y dramática Piedad invertida. Queda el tratamiento estético del paisaje; la plasticidad de los cielos tormentosos y de los campos de trigos batidos alternativamente por suaves o agitadas rachas de viento, recuerda de continuo las visiones sublimes y densas de Caspar D. Friedrich, o incluso las melancólicas pinturas de Savrásov, donde el horizonte se muestra a sí mismo lírico y desnudo.

Aleksandr Sokúrov se vuelve audaz con la perspectiva deformando numerosos planos y fotogramas, concertando una mirada subjetiva con ese sentimiento universal que todos conocemos como amor; la música y los sonidos de la naturaleza parece que entendieran y un árbol recio y curtido recoge el llanto de un hombre perdido y solo. Madre e hijo(*) es una experiencia sobrecogedora donde una mariposa, ladridos lejanos y brisas perpetuas conforman este lado de la frontera, abierta fugazmente a ese arcano, inquebrantable y firme, al que llamamos muerte.

Pepe Amodeo

(*)Título original: Mat i syn
Año: 1997
Director: Aleksander Sokúrov
Intérpretes: Aleksei Ananishnov y Gudrun Geyer