Por razones que no vienen al caso hemos tenido acceso al poemario presentado a concurso. Diez poemas conteniendo diecinueve versos, exactos, en cada uno de ellos. La estructura de los poemas se asemeja a la silva clásica, es decir, heptasílabos y endecasílabos que riman de manera libre. Pero estas formalidades poéticas con las que se ven adornadas los poemas recogidos en La luz no usada –tal es el título del trabajo premiado-, con ser importantes, no son, a nuestro entender, el mayor merito. La ciudad, su ciudad, es decir, Sevilla, es la destinataria final de unos poemas que invitan al sosiego de la luz detenida en conventos, colegiatas y arrabales, pero también reivindicar la memoria de Axataf, ese entregador de la Sevilla musulmana al inefable Fernando III que ...sentía partir hacia su historia / jamás rendida, siempre / entregando unas llaves, / pero no la amargura de perderlas.
A diferencia del imaginario de Italo Calvino en Las ciudades invisibles, una gran colección de sueños poblados por arquetipos de urbes rotundas y magníficas, la que propone MS es una ciudad que proyecta escorzos imposibles (No ha subsistido, sólo/ compone la estatura / que se espera de tanta nombradía, / visión desde las bóvedas / reflejada en mecido campanario), portadas de templos que sustentan el recuerdo de una gubia imaginaria, o el anidamiento de los siglos sobre barbacanas y yesos medievales. La circunstancia es Sevilla, pero, en abstracción, podría estar hablando de Damasco, Florencia, Cádiz o Taormina. MS sabe que cada ciudad es un universo que tiene como pilares el transcurrir de los siglos y la luz inagotable, no siempre usada o registrada, que refleja y devuelve su arquitectura.
Es más que probable que el poemario sea parte de un libro más amplio, más extenso que ojalá veamos prontamente editado. Aguardando su aparición nos consolaremos con este poema, otra apuesta por su ciudad, en conmovedora clave mística.
LA CIUDAD
La ciudad que se eleva
en nombre de su cielo,
entre las espadañas
y el aire de sus torres;
la ciudad que se alumbra
con mármoles romanos,
con oros de las Indias
y de los palios místicos,
es la misma que me hunde
en sus atardeceres
lentos como una herida
sin cerrar; en sus noches
amargamente lentas,
como otra herida propia
de quien debe morir,
amándola, sin nadie.
María Sanz.
Tanto vales, 1996
CG / Pepe Amodeo