miércoles, 22 de abril de 2009

De libros y lecturas

A Pepe Amodeo le regalaron el pasado mes de febrero un ejemplar de Don Quijote de la Mancha. No responde a mis preguntas, ni a mis saludos: se pone a leer la obra, apenas sale sol y dice que no está para nadie. Del mismo modo ha dejado de plantearme sus dudas existenciales, centradas últimamente en la fidelidad, a raiz del artículo de Arcadi Espada del domingo 29 de marzo -libro de Douglas R. Hofstadter y video de Punset al que nos llevó el primero-.

Le planteo que cómo celebraremos este día del libro y me hace una higa. No estoy acostumbrado a este Pepe Amodeo maleducado y barriobajero, por lo que tomo una determinación y me decido por dos vínculos: en el primero vuelvo a don Arcadi, el cual asegura que no estamos ante la muerte del libro, sino ante su resurrección. Para el segundo vínculo elijo a la mejor cabeza pensante de este país en cuanto a teoría de la edición y de la comunicación. Me refiero al señor Gómez Millán, que el pasado 13 de abril en Leer sin papel rescata una obra de Octave Uzanne, en la que se argumentaba sobre qué sería aquello que iba a terminar con la lectura en papel: ni más ni menos que la grabación fonográfica... en 1894.

Pero yo quiero homenajear a los que le hicieron el regalo a Pepe Amodeo, así que a la manera en que los primitivos practicantes de la bibliomancia hacían con La Eneida, de Virgilio, abro el Quijote al azar, resultando que aparece el capítulo XVIII:

DE LO QUE SUCEDIÓ A DON QUIJOTE EN EL CASTILLO O CASA DEL CABALLERO DEL VERDE GABÁN, CON OTRAS COSAS EXTRAVAGANTES.

Halló Don Quijote ser la casa de don Diego de Miranda ancha como de aldea; las armas, empero, aunque de piedra tosca, encima de la puerta de la calle; la bodega en el patio; la cueva en el portal y muchas tinajas a la redonda, que por ser del Toboso le renovaron las memorias de su encantada y transformada Dulcinea. Y suspirando y sin mirar lo que decía ni delante de quién estaba, dijo:

-¡Oh, dulces prendas por mi mal halladas, dulces y alegres cuando Dios quería! ¡Oh, tobosescas tinajas, que me habéis traído a la memoria la dulce prenda, causa de mi mayor amargura!

Oyóle decir esto el estudainte poeta, hijo de don Diego, que con su madre había salido a recibirle, y madre e hijo quedaron suspensos de ver la extraña figura de Don Quijote; el cual, apeándose de Rocinante, fué con mucha cortesía a pedirle las manos para besarlas, y don Diego dijo:

-Recibid, señora, con vuestro sólito agrado al señor Don Quijote de la Mancha, que es el que tenéis delante, andante caballero y el más valiente y el más discreto que tiene el mundo.

(...)Entraron a Don Quijote en una sala, desarmóle Sancho, quedó en valones y en jubón de camuza, todo bisunto con la mugre de las armas: el cuello era valona a lo estuadiantil, sin almidón y sin randas; los borceguíes eran datilados y encerados los zapatos . Ciñose su buena espada, que pendía de un tahalí de lobos marinos, que es opinión que muchos años estuvo enfermo de los riñones (sic), cubrióse un herreruelo de buen paño pardo; pero antes de todo, con cinco calderos o seis de agua, que en la cantidad de los calderos hay alguna diferencia, se lavó la cabeza y rostro, y todavía se quedó el agua de color del suero, merced a la golosina de Sancho y a la compra de sus negros requesones que tan blanco pusieron a su amo. Con los referidos atavíos y con gentil donaire y gallardía salió Don Quijote a otra sala, donde el estudiante le estaba esperando...

El agua color de suero... Creo que no debo esperar más para pasar al baño...

CG

jueves, 9 de abril de 2009

Las palabras.


Poema de Antonio Mesa.

De manera espontánea, sin premisas, sin mediar petición alguna, Antonio me enseña una octavilla -palabra de indómito recuerdo-, donde ha escrito el siguiente poema:

Las palabras
vienen de un silencio
antes presentido.

Como si fueran
trozos desgarrados
de una idea.

Fluyen ante nosotros,
inconscientes
de su fuerza,
para transmitir
parte de lo que somos,
o el sueño de haber sido.

Le debo, le debemos, a este Antonio Mesa el gusto por una poesía en la que lo cotidiano se mezcla con lo sublime. Desde aquí reiteramos -me refiero a Pepe Amodeo y a mi mismo-, que Antonio puede entrar en esta casa cuando guste: con personas que tienen esta escritura siempre será un placer.

Un abrazo, Antonio.

CG / Pepe Amodeo