domingo, 23 de diciembre de 2007

Acaso cómplices de nada


… En todas estas cosas pensaba el hombre cuando deseaba una ciudad. Isidora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una diferencia. La ciudad soñada lo contenía joven; a Isidora llega a edad avanzada. En la plaza hay un murete desde donde los viejos miran pasar la juventud: el hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos ya son recuerdos.

Las ciudades y la memoria. 2
Italo Calvino.
Del libro Las ciudades invisibles
Primera edición:
Editorial Einaudi, Turín. 1972


Me tocó el antebrazo con su mano por primera y única vez, y lo hizo de una manera tan delicada que aún recuerdo el tacto de sus dedos. Sin soltarme, me convenció el tono aliado de su voz, cuando acercó su rostro a mi oído y susurró:

-Sal tú .…, por favor sube tú ...., lo miras, descubres el truco y luego me lo cuentas.

Creo que se llamaba Paula y era Navidad.

-oOo-

Hasta el exiguo y triste solar que existía junto al mercado de nuestro barrio habían llegado unas cuantas atracciones que en vano trataban, como cada diciembre, de configurarse como una pequeña feria, luchando contra las inclemencias del tiempo, el incómodo barro que producían las obligadas lluvias y la indiferencia de unos parroquianos ensimismados en su ordinaria y gris existencia. Solamente una de aquellas barracas logró atraer a un número notable de personas. Sobre todo los más jóvenes quedamos rápidamente intrigados por su novedad, así que cada tarde corríamos a contemplar aquel espectáculo que se llamaba -lo recuerdo bien-, El hombre invisible.

En la puerta del teatro de barrio, de fachada decorada con atrevidas y groseras pinturas que trataban imposiblemente de recrear un ambiente arábigo, un actor, vestido con ropas que pretendían evocar lujos orientales, llamaba la atención comiendo fuego subido sobre un pedestal. Y lo hacía realmente bien. Es decir, cogía uno o dos hisopos ardiendo y se los llevaba a la boca. Luego lanzaba bocanadas de fuego hasta que éste se extinguía, comenzando de nuevo. El actor interrumpía su trabajo requerido por otro de aspecto solemne -cosas de barrio, siempre supimos que era su padre-, vestido con chaqué y portando en la mano un bastón negro con el pomo blanco. Con un hábil gesto le marcaba el fin de la actuación y lo introducía dentro de la caseta, donde no comería fuego, sino que se volvería invisible. Justamente como suena: invisible.

Me llevé varios días asistiendo a aquellas sesiones, preámbulo del verdadero espectáculo que tenía lugar dentro. No recuerdo bien qué debió de ocurrir para que yo dispusiera del dinero que me permitiera adquirir una localidad y así poder presenciar aquella representación, pero lo cierto es que me vi saliendo a la calle en busca de amigos con los que acudir a la velada. Bendita inutilidad. No pude encontrar a ninguno de ellos y sin embargo apareció Paula, la dulce Paula: varios meses viviendo en nuestro barrio y no era sino la inaccesible Paula, la Paula distante a nuestros torpes intentos de acercarnos a ella y a nuestras pesadas bromas de adolescentes despistados. Quedé sorprendido que no dudara en venirse conmigo apenas le indiqué adónde me dirigía, pero así ocurrió.

Los siguientes recuerdos se ubican ya en el interior de la escueta barraca de feria que pretendía ser teatro. El pavimento era la tierra húmeda bien batida, no había asientos y la decoración la conformaban los paneles limpios. Nos deslizamos hacia delante para situamos cerca del escenario. El insólito comefuegos, vestido como un príncipe árabe de opereta, era entrevistado por el presentador del espectáculo. Con voz inflada dijo que era un mago que tenía poderes y que podía transformarse en un ser invisible cuando él quisiese. Entonces se sentó en un singular sillón, única pieza que presidía la escena, y un sinfín de luces parpadearon sobre él. En ese preciso instante desapareció, aunque seguimos oyendo su voz a través de los altavoces. Luego, acompañado de otro efecto de luz, volvimos a verle sobre el escenario. Con mucha solemnidad reiteró que sus poderes eran infinitos y dirigiéndose al público dijo que podía hacer invisible a cualquiera que se prestara. Noté la mano de Paula. Sentí un irracional temor, pero la voz de ella y el calor de su mano sobre mi brazo actuaron de sedante. Una vez que adelanté mi paso, ya no fue posible volverse atrás.

Antes de subir al escenario alguien me colocó unas gafas de sol y me indicó que no debía quitármelas bajo ningún concepto. De repente, sentado sobre el sillón del escenario, cayó una intensa oscuridad sobre mí y veía a los espectadores como si los observara por medio de una pequeña y redonda lente. Tuve que contestar a algunas preguntas que el falso príncipe, micrófono en mano, me hacía respecto a algunos espectadores para demostrar que, invisible para ellos, yo seguía allí. La sesión terminó con mi reaparición. Todo fue muy rápido, así que, obviamente, no pude descubrir en qué consistía la treta.

De vuelta a casa, apenas unos cientos de metros, me preocupé pensando en que decepcionaría a Paula dado que no había sido capaz de descifrar el enigma de la demostración. Pero ocurrió todo lo contrario. Acaso el intento fallido de dilucidar el misterio nos hizo cómplices y las conversaciones entre nosotros, desde aquel momento, crecieron en número. Recuerdo que buscábamos inocentes pretextos para vernos: comprar un cuaderno de dudosa necesidad, solucionar un problema de matemáticas resuelto de antemano, comentar una película que ninguno de los dos habíamos visto .…

Un día, Paula -pero, ¿realmente se llamaba así?-, desapareció. Se marchó tan lentamente como pausada fue su irrupción en el barrio. Nuestros encuentros se fueron alargando hasta que dejaron de existir. Con ella se marchó mi forma de vivir estas fechas: jamás desde entonces me ha vuelto a conmover un villancico de la misma manera a como entonces me emocionaba, ni el sabor del turrón me ha vuelto a parecer sublime. Al desaparecer ella, todo aquello sí que se volvió, de manera sorprendente, invisible. Teníamos catorce años y nunca nos tocamos la mano ni, mucho menos, nos robamos un beso.

Hoy es Navidad; reflejo esta historia porque en este día, cada año desde hace no sé cuantos, rememoro aquellos instantes extraordinarios. Así que también hoy, hoy más que nunca, me gustaría saber qué le habrá deparado la vida al simulado príncipe árabe y a su padre, qué habrá sido del teatro portátil, cuantas ilusiones como la mía pudieron originarse dentro de aquellas humildes tablas .… Pero lo que de veras me gustaría sería contemplar el rostro que hoy será maduro y, porqué no, bello y sereno, de aquella chica que un día me tocó por primera y única vez el brazo para susurrarme, como estrenando una flamante complicidad:

-Sal tú ...., por favor sube tú ...., lo miras, descubres el truco y luego me lo cuentas.

Pepe Amodeo

Este relato se terminó de escribir el 14 de diciembre de 1999, día de San Juan de la Cruz, en Gines, Sevilla.

Lena


Un cuento de Navidad


Dedicado a Maria del Rosario E. P., Charo, asesinada en Barcelona, en un cajero de La Caixa el 16 de Diciembre de 2005.


.… Lena, que se me ha ido, se ha ido, coño, y hace frío, joder, si me he dado cuenta es porque hace frío, y eso que aquí no entra ese rollo de aire helado que ahora mismo zumba y hace moverse las copas de los árboles, pero es que estos cartones no bastan para aislarse uno del frío, y eso que son gordos, que se pueden ver, de los mejores, un embalaje de frigorífico enterito, sin romper, ya digo, enterito... pero cuando he metido la mano para tocarla, porque no me llegaba su calor, su calor protector, como aquel título de libro tan cursi decía del cielo, me he encontrado que no estaba, y hasta que amanezca, que ya falta poco... pues no hay nada que hacer, pero es que no va haber nada que hacer de ninguna manera... que no, que estaba muy rara estos últimos días, y no sé porqué, bueno si lo sé, que es que ya no podía seguir junto a mí, que esta libertad ya se le quedaba corta conmigo... coño, que esto no es vida, que quizá el campo, que es lo suyo... y lo mío, ¡no te jode!, porque a ver, nos vamos al campo, bien, y una vez allí, ¿de que vivimos?... si yo no estoy ya para nada... ni para darme la vuelta, que ahora mismo me estoy presionando mucho la pústula de la ingle, y la de la cadera... y tengo que girarme, y que me duele todo... venga tío, no seas quejica... ...ya... vamos... ahooooora, ya, ya, sitúate mejor, eso es... ahora... porque no es que Lena me ayudara, pero era otra cosa, su respiración, el saberla ahí, otra cosa, otra cosa, otra cosa... debió de ser cuando el tío aquel, el perfumado, que es que son la leche, que te ven durmiendo y todo y ni por esas, me entran ganas de poner en la puerta un cartel diciendo no entren hombre en su último año de vida, ¿digo una mentira?, pues no digo mentira, porque no va ser mañana, pero éste es mi último año, mi último... pues en ese momento debió ser, y el tío nada, a por dinero, en silencio, todavía tengo que agradecerle que no dijera alguna grosería, que es que hay cada mierda por ahí que te mueres, asfixiados de letras y machacados por otros jefes tan gilipollas como ellos... pero es que yo estaba como siempre en esa hora, viviendo cosas de esa manera que no sabes si es que esas cosas, las cosas que pasan a tu alrededor, las cosas que ya casi no ves, están ocurriendo de verdad o las estás soñando, y yo escuchando el bip-bip-bip del cajero... no me podía mover, y sentí removerse a Lena, incorporarse, pero es que a ella no le duelen los huesos como a mí y se levanta, se estira, se acuesta otra vez, oye y sigue durmiendo tan pancha y tan caliente al momento... no me explico, si me explico, que esto es muy estrecho y que ya no está, ¿no?, pues eso, que se ha ido... alguien, otro alguien que quiere entrar, de reojo le he visto aparcar el coche, trae la música puesta y alta, muy alta... éste entra y deja la puerta abierta, que por la mañana me lo hacen todos... y todas... ¿lo ves?, a morirme de frío... ¡carajo!, ese tío no se da cuenta que estoy aquí?... ¿qué huele aquí dentro?, ¡pues claro que huele!... espera, eso... eso... eso... ¡jodeeerr!... esa es la pavana, la pavana de fauré, hasta a Lena le gustaba... y no digamos a... jamás, no pienses, tío, no pienses en ella, dijiste que no ibas a pensar en ella, método, eso es, disciplina... ajá, ya se ha ido, no le diré imbécil, porque lo de la música ha sido mejor regalo que si nos hubiese puesto una moneda en el platillo, nos ha traído unos segundos la pavana, ¡gabriel fauré, compa, la pavana!... ¿he dicho nos?, en singular, ahora es en singular, estoy solo, solo, solo, solo, pero es lo natural, ¿no?... esto lo elegí yo mismo... al fin y al cabo cuando salí hace tres años, ella atravesó como una flecha los dos kilómetros de la urbanización, para venirse conmigo, que me dio una alegría inmensa, y lo que me ha ayudado... en todo, yo y Lena, Lena y yo, Lena... Lena, Lena... las simpatías que despierta, tiene una elegancia desbordada, ni los años conmigo, la mala vida conmigo, que hay que decir las cosas como son, lo arrastrada que la he tenido, pues... vuelve... el tío de la pavana en la radio vuelve... ¿qué ha dicho ese tío?... ¿feliz qué?, ¡será feliz mierda!... feliz, feliz, feliz... te lo has ganado: eres un estúpido... que sí, que ya lo sé, que ahora vas a dejar ahí un billete, que hoy es el día que te toca tranquilizar tu conciencia y yo te lo he puesto a huevo, para que te vayas ahora en tu coche, con tu mujer, o con quiencoñosea, escuchando la pavana y hagas nosecuantos kilómetros para verte con gente al mediodía, familiares a los que no puedes ver... que te estoy haciendo señas con la cabeza, que me dejes, que me olvides, tío... que has tenido la desgracia de recordarme que hoy es el día, ¿ves?, ahora empieza a dolerme el pecho, y ya tengo las lágrimas ahí... que hijoputa... feliz, feliz... feliz leche, que ahora no puedo dejar de pensar en... que no lo digo, que al menos voy a intentar olvidar su nombre, que ya la estoy imaginando hoy, guapísima, con las piernas enfundadas en las medias negras, la falda ajustada, con el vaso en la mano, sentada en el sofá con la piernas cruzadas, y que pierdo yo si imagino que cuando esté así este mediodía, disfrutando de mis hi... ¡calla!, ¡que no, ni pensarlo, que no lo digas!... eso, eso, que pierdo yo si en ese momento suena el teléfono y alguien le dice que tiene a Lena, alguien que ha mirado dentro de la capsulita que cuelga de su cuello, y allí está el número al que hay que llamar, que siempre me preocupé de mantener el papelito intacto, y el dinero de la gratificación... ya me tranquilizo, eso, eso va a ocurrir, que Lena tiene tan buen porte, y en este barrio hay tantos cajeros automáticos que hasta puedo elegir uno caliente, es un decir, para pasar la noche... y puede que la vea algún niño, o alguien que tenga un gesto de decencia, y llame, llame al teléfono, llame... medio país no es nada, con la de transportes que hay, así que mañana, o pasado mañana, mañana... ¿ves?, ya se me está quitando el dolor del pecho... ahora es el absceso del brazo... vaaaaaa, vueeeeeltaaaaa... ya, ya... por favor, que no venga otro, otro gilipollas, que no venga, no venga... joder, Lena, qué frío, qué frío, qué frío, frío... Lena, Lena... Lena... ...Lena...


Escrito por Pepe Amodeo. Diciembre, 1999