Las incógnitas que componen la noche sobrepasan las leyes que configuran cualquier ecuación jamás conjeturada. ¿A dónde va cada noche pasada? Se puede pensar que todo alba tiende un puente por el que esa noche, recién desaparecida, se funde de inmediato con las lejanas noches, originales y primigenias, en las que el Caos no se daba tregua a sí mismo, al tiempo que configuraba sueños perdurables, mitos arcaicos, leyes universales...
Lo que deshacemos durante el día, la noche lo reconstruye, como si de una segunda y particularísima ley de una inexistente termodinámica se tratase. Luces cautivas que rondan alrededor de las completas; heptasílabos que buscan manos que los inmortalicen; indómitas tinieblas que de continuo se debaten entre la razón y el odio; el rocío perfumado con el que cada noche las estrellas riegan los desiertos; fanales que solo guían al silencio, trasunto de la noche como el día lo es de la palabra; soledades perennes, arropadas por voluntariosos mantos de esperanzas; escenarios irreales donde dioses y humanos cruzan anhelos, pasiones y quimeras... Es la noche.
Hoy los relojes se vuelven más tiranos y adelantan la noche, que acaba de entrar con su paso mudo y taciturno, inundando el espacio con negruras admirables, soberbias, secretas.
Hoy los relojes se vuelven más tiranos y adelantan la noche, que acaba de entrar con su paso mudo y taciturno, inundando el espacio con negruras admirables, soberbias, secretas.
Son las diecinueve y veinte. Un acogedor y tibio regazo se adivina en un futuro inmediato. Ya se nos ocurrirá qué le entregamos a cambio.
Pepe Amodeo