miércoles, 9 de septiembre de 2009

Ladrón de Espadas (II)

Para leer Ladrón de Espadas, de León Asuero, no hay que ser un experto en metaliteratura, ni en novelas de acción y espionaje, ni estar al día de las lecciones literarias impartidas por las autoridades intelectuales del momento. Nada de eso. Pero si alguien se tiene a sí mismo por lector intrépido y singular y le atrae realizar un recorrido por la historiografía de espadas y de imperios perdidos, no tiene miedo a perderse por intrincados recorridos de ciudades como Londres y Sevilla, se muere por vivir experiencias junto a senegaleses semaforeros y a policías femeninas de rompe y rasga, retomar historias amorosas con marcados carácter adolescente y admite que es lícito divertirse con arquetipos de los que encontramos en los cómics de Tin Tin o de Corto Maltés, esta puede ser su novela.

Es el segundo trabajo de León Asuero que aparece en las librerías. En la primera novela, Las Congregadas del Vaso, ya nos mostró su capacidad para fusionar historias donde los protagonistas, al tiempo que eran usuarios de las nuevas tecnologías, acababan cayendo de bruces en el seno de sociedades secretas, incluidos el culto a remotas y ancestrales deidades de oscuro origen. La estrella de la nueva novela es ahora un personaje de nombre impronunciable, cuya tarjeta de identidad son los buenos sentimientos. León Asuero no es maniqueo, es que la vida en el universo de Ladrón de Espadas está animada y coloreada con las acuarelas de la narrativa clásica de todos los tiempos –los buenos son buenísimos y guapos y los malos, malísimos y feos-, a la vez que usa recursos originales para la crear la atmósfera del relato: no hay diferencia entre una copla de Rocío Jurado y un tema clásico de los Beatles; las canciones de Frank Sinatra tienen el mismo brillo que una cita culta en la que se nombra a Hildegarda von Bingen; los humillados y desposeídos de todas las épocas pretenden ser vengados por un héroe herido y anónimo del que conocemos sus acciones, aunque nada nos hable de su doloroso pasado; el lujo de hoteles londinenses se contrapone a las chucherías (no se me ocurre otra palabra), con que el protagonista obsequia a su amada...

Las continuas evocaciones a la manzanilla de Sanlúcar, a las cañas en las tascas sevillanas, a los altramuces, a las olivas, a la playa de Bolonia en Cádiz -lugar desde el que se cuenta la historia-, y, sobre todo, la acción alrededor de la espada de Fernando III el Santo, pueden hacer que la obra sea excesivamente localista. No obstante, valores como el altruismo, la ayuda desinteresada, las ONGs o los amores platónicos con final feliz, trufan una divertida historia de atrevidos soñadores, que, para colmo, son personas de bien.

Thriller en el primer trabajo, comedia en el segundo. Dos registros prometedores para este novel escritor sevillano. Ya nos confirmará por cuál de ellos se decanta.

CG / Pepe Amodeo