miércoles, 22 de diciembre de 2010

O Fortuna

Oh, Fortuna. Con mayúscula. Un nominal que infiere alegría la mayoría de las veces, pero que, como escribieron los anónimos goliardos de la época, “siempre cambiante / creciendo y decreciendo, / unas veces oprimes y luego calmas; / la miseria / y el poder / se derriten como el hielo / ante tu presencia”.

Hoy es el día. Hoy se romperán muchos sueños, pero unos pocos “afortunados” podrán subirse a la superficie generosa de la rueda... Que les dure mucho. Que ojalá les dure para siempre... Tanto, que cuando la cara oscura de la rueda vuelva a pedirles tenebrosos intereses por las venturas recibidas, hayan olvidado el juego. Y de nuevo renacerá en ellos la ilusión por ascender desde los infiernos, de volver a alcanzar el lado brillante de la rueda... Et sic in infinitum.

CG / Pepe Amodeo

viernes, 30 de julio de 2010

Rolando Campos, un año más...

"... por decirlo así coge por sorpresa y ataca por la espalda a la inteligencia." Con esta frase extraída de un personaje de William Faulkner concluía Begoña Medina su particularísimo adiós a Rolando Campos, un artículo que apareció en El País del 8 de agosto de 1998.

Han pasado doce años y unas personas muy ilusionadas de mi entorno me acaban de comunicar que se marchan de vacaciones. A Asilah: al sur de Tánger, una perla atlántica, el sueño de músicos, poetas y pintores. Me cuesta guardar silencio, aunque sólo vienen a mis labios la formalidades de rigor, pero mi cabeza está en otra parte. En cuanto puedo, acudo a mi biblioteca. Abro el ejemplar pertinente de Litoral y busco el poema que Josefa Parra le dedica al azul de esta ciudad, que dice así:

Calles de Asilah

Quise escribir "azul"
y encontré la pureza
de tus calles cubiertas de turquesas y flores.
La cal contra el silencio de un cielo de verano.
Esquinas donde el sol bordaba el mediodía.
Espliego y yerbabuena, el mar alto, la vida
y el ameno rumor también azul de un nombre.

Por un segundo imagino que en aquel verano del 98, cuando RC miraba aquellos blancos y azules, ya habría encontrado la manera de conjugarlos con los movimientos contínuos que tanto lo caracterizaba, protegido por su destreza en el manejo de cielos flamígeros, destelleantes, habituales en la Sevilla que lo vio crecer como pintor y como hombre.

Josefa y Rolando probablemente nunca se conocieron, pero me gusta pensar que hay algo que los unirá eternamente: ambos evocaron, paseando por sus calles, un nombre. La primera lo confiesa en el poema. Del segundo sólo tengo la conjetura -irreal e improcedente, ya lo sé-, proporcionada por su capacidad para capturar colores, formas, perfiles, siluetas, ... y esa era su manera de nominar un universo propio al que, con toda generosidad, invitaba a todos los que a él se acercaban. Sólo que esta vez quiso que la invitación estuviera aderezada con un silencio perpetuo y una ausencia que todavía duele. Lo cogió por sorpresa y atacó por la espalda a la inteligencia. A la suya, a la de todos.

CG

sábado, 24 de julio de 2010

Las ciudades, el viaje

Una era construye ciudades.
Una hora las destruye.
Temístocles, c. 524 - 459 a. C.

Las ciudades que más me subyugan son las que aún no he llegado a conocer. Y no es que me hayan decepcionado algunas de las que sí he conocido, que también, sino porque estoy de acuerdo con la frase de Eduardo Punset aparecida en Babelia el pasado 10 de julio: La felicidad está en la sala de espera de la felicidad. Nada hay más ilusionante que tener ilusiones. Nada hay más ilusionante que disponer de una Ítaca en el horizonte, sabiendo que cuando la alcancemos -y salgamos de ella-, todo será igual pero nosotros nunca seremos los mismos.

Visitar una ciudad sólo por tener voluntad de hacerlo -el viaje, ese trasunto del camino que representa la vida-, ha logrado, poco a poco, cincelar sensaciones desiguales en mi memoria, creando una especie de sentimentalidad lejana de lo cotidiano. Pero en realidad no sé qué era lo que perseguía al visitar Brujas, Salamanca, Venecia, Berlín, Évora, Heraklion, Sigüenza, Verona, Ginebra... Sólo sé que crucé unos puentes de vieja historia, que hice amigos efímeros con los que crucé alguna postal, que guardo con especial celo los aromas que me provocaron mares remotos, condimentos prodigiosos y maderas extrañas, y que comprobé, en todos los casos, que la vida se ilumina y suena de igual manera en Cádiz, en Bruselas o en Lisboa. A veces, con los regulares perfiles de sus torres y los caracteres de sus habitantes, logré construir un plano, un esquema, que me sirvió después para interpretar mi vida.

Insisto en que las ciudades que más me subyugan son las que aún no he llegado a conocer. Lo diré de otra manera: acabo de decidir que no estoy seguro de querer llegar a Samarkanda.

Pepe Amodeo

viernes, 18 de junio de 2010

Saramago y el verbo luar

Hace unos años leí una antología de Saramago en la que venía el poema Luar. A propósito de dicho poema, él mismo preguntaba a los españoles que cómo podíamos vivir sin ese verbo. No puedo dar más datos sobre la antología que he citado al principio porque el ejemplar duerme a estas horas en la Biblioteca Pública de la ciudad donde resido.

Así que me veo obligado a recurrir a mis estanterías -mucho más humildes, pero que me sacarán del apuro-, para este sentido post a la memoria del hombre (el escritor, el civil, el humanista) que siempre ha despertado mi admiración. Hojeo la Poesía completa, de Alfaguara, edición de 2005, y finalmente me quedo con el poema titulado PROGRAMA:

En el esfuerzo de nacer está el final,
en la rabia de crecer se continúa,
en la prueba de vivir aceda la sal,
en la cava del amor resuda y suda.
Remedio, sólo muriendo: buena señal.

Dentro de poco José Saramago, el maestro, descansará en Lisboa, al sur de su Azinhaga natal. Desde allí, en las noches de impávida luna llena, podrá seguir predicando verbos imprescindibles para la vida, resolviendo igualdades que nunca debieron discutirse o vindicando justicias ajenas.

Y ahora,

Cerremos esta puerta.
Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan
Como de sí mismos se desnudarían dioses.
Y nosotros lo somos, aunque humanos.








CG

miércoles, 12 de mayo de 2010

Sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas...

Mañana se cumplen 70 años del, probablemente, más famoso discurso que hizo Churchill. Fue aquel en el que dijo: No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor, si bien el político británico, en el mismo momento que pronunciaba estas palabras, dejaba entrever que el final era la victoria. Con la primera afirmación se sinceraba en sus convicciones. Con la segunda no hay duda que dejó hablar al poeta, al soñador y al aventurero que todos llevamos dentro. Menos mal que esta vez -¡y como lo necesitábamos!-, los dioses estuvieron de su lado.

Pepe Amodeo

lunes, 10 de mayo de 2010

Cenizas y diamantes

Éramos felices viviendo en un piso pequeño, modesto, alquilado. Con el paso de los años lograríamos que fuera nuestro, pero sólo durante unos minutos. Algunas noches, en horarios poco respetuosos, escuchábamos atentos las intervenciones de Alfonso Sánchez, con aquella dicción tan peculiar, tan contundente, presentando las pelis de la programación.  Una noche vimos Cenizas y Diamantes (Popiól i diament, 1958, de Andrzej Wajda), incluida en un ciclo sobre cinematografía en paises del Este. Podrían correr los años 1976 ó 1977. A veces he rememorada la añoranza con que Stefan Szczuka, dirigente comunista, se manifiesta al oir en un gramófono el canto de unos milicianos: "Si me quieres escribir, ya sabes mi paradero. Tercera Brigada Mixta, primera línea de fuego..." Había estado en España en las Brigadas Internacionales y los espectadores contemplábamos cómo se estrechaba el cerco que los ultranacionalistas tejían para acabar con su vida. Pero si hubo una imagen que me persiguió, de forma obsesiva en este largo tiempo, fue la lectura de un poema de Cyprian Norwid que Krystina y Maciek (el futuro asesino de Szczuka), encuentran inscrito en los muros de una iglesia bombardeada. La imagen de un Cristo sangriento pende boca abajo entre los escombros antes de que ella  descubra y lea el poema:

So often, are you as a blazing torch with flames
of burning rags falling about you flaming,
you know not if flames bring freedom or death.
Consuming all that you must cherish
if ashes only will be left, and want Chaos and tempest
Or will the ashes hold the glory of a starlike diamond
The Morning Star of everlasting triumph.

A pocos metros, en la cripta, están los cuerpos de los dos militantes que Maciek había asesinado brutalmente esa misma mañana.

Han pasado los años y gracias a la videoteca universitaria  de la ciudad donde resido, hemos podido volver a ver la misma película, y nos ha vuelto a sobrecoger de la misma manera. No sé si he dicho que ella y yo seguimos juntos. Ni Pepe Amodeo ha podido con nosotros, ¡Y mira que lo ha intentado!

CG

Podéis ver aquí el video de la lectura del poema en Cenizas y diamantes.

viernes, 12 de marzo de 2010

Señora de rojo sobre fondo gris

Recorrer el camimo que hay entre mi casa y la Biblioteca Pública me sirve para recordar que la primera novela de Miguel Delibes que leí, allá por 1963 ó 1964, se titulaba Las ratas. Desde entonces nunca he olvidado al Nini, un niño inteligente, primitivo y de rural nobleza -carente de heroicismos superfluos y prescindibles-, que el escritor ubica en la vieja Castilla. Ni a su perra Fa, certera como ningún otro animal del entorno para cobrarse las ratas con las que subsistían el niño y el Ratero, su padre.

Tomo de la estantería Señora de rojo sobre fondo gris, de la editorial Áncora y Delfín, y al más puro estilo de las Sortes Virgilianae, abro el libro de forma caprichosa:

"Tu madre aceptó el aplazamiento alborozada, como un escolar ante unas vacaciones suplementarias. Nos organizamos de acuerdo con sus deseos. Las mañanas, después de pasear una hora por los jardines de la clínica, transcurrían en el Prado, yo con el Goya negro, ella con el Greco. Es más espiritual; no estoy para dramas, se justificaba. Dos horas más tarde nos reuníamos con tus hermanos para comer en tu casa, ella se echaba un rato y después nos íbamos al cine, a la primera sesión, merendábamos en casa del tío Juan, con mis hermanos, y a las ocho volvíamos a la clínica, ella a su cama, yo a mi catre penitencial. Este plan de vida fuera de casa, con el espejito a mano, sin obligaciones que atender, suscitó en ella una euforia pueril; me hizo acompañarla al zoo y al Museo de Cera, se abrió al pasado, y en nuestros paseos matinales, entre las hojas secas, reconstría nuestra vida en común, la pequeña historia de nuestros amores adolescentes, la penuria franciscana de entonces, la Universidad, el primer beso, la Medalla del Salón de Otoño, la boda, la beca en París, el semestre en Washington, los hijos, los nietos, vuestro encarcelamiento. Tenía el privilegio de ver las cosas por el lado optimista y yo le seguía la corriente..." (págs. 139-140).

Dar un repaso a la vida mientras se pisan hojas secas: qué recurso más acertado... Gracias, D. Miguel, por redescubrirnos en su literatura. Gracias por su mejor personaje -el Cipriano Salcedo de El hereje-cuyo exitus me hizo llorar una tarde de Diciembre del año 1999.

Desde este humilde rincón de un mundo tecnológico del que usted decía desconocerlo todo, permítame recordarle como un ejemplo al más puro estilo machadiano: un hombre bueno. Hasta siempre, maestro.

CG

jueves, 11 de marzo de 2010

Un año: llega el tiempo de las flores...

En estos días se cumple un año de un acontecimiento que fue trascendente en la vida de CG, y, por tanto, de la mía. Arrancó en el tiempo de las flores y ha llegado de nuevo el tiempo de las flores. A aquella primavera plácida con que se inició la retirada de las trincheras de CG le siguió un verano riguroso y abrasador; luego vino un otoño previsible, de tonos suaves y conformes que devino en un pronto invierno, el cual, a su vez, está resultando un sexagenario de grave y tormentosa existencia; y, tal y como vemos en el paseo de Hugh Grant en la calle de Notting Hill, un año de abatimiento es lo que, al parecer, necesitará el personaje para poder vivir sin la presencia de Julia Roberts.

A mi me parece que CG está aprendiendo a vivir sin aquellos a los que dejó, pero, obviamente, no los olvidará nunca... Es lo que suele ocurrir, ¿no?

Pepe Amodeo

lunes, 8 de febrero de 2010

Guardar silencio

Cuando se elige el silencio y no se está en una biblioteca, en un templo o en la sala de espera de un hospital, uno se siente locuaz en su hermetismo. Es un derecho mantenerse en silencio. Y ejercerlo. No importa quién nos espere para que oigamos y hablemos, porque la omisión de la palabra no lesiona. Sabemos que en ocasiones el silencio es reactivo, como por ejemplo la renuncia de algún escritor a llevar a cabo su tarea como denuncia ante el horror. O bien por un sentido práctico: De lo que no se puede hablar hay que callar, dice Wittgestein en su Tratado Lógico Filosófico.

Empecé a usar el negro puro como un color de luz y no de oscuridad, dijo Henri Matisse. Peo no necesariamente ha de ser el negro el símil del silencio. Acaso su inverso, el blanco, lo simboliza de forma más expresa. Como los tres Tacets de John Cage en 4’ 33’’...

A Pepe Amodeo le instan en estos días a que hable. Y él ha optado por el silencio. Y yo pienso compartirlo con él. Es un derecho, puede ser pertinente y va a resultar oportuno. No vamos a servir a dioses irredentos, ni esperamos que astro alguno vaya a cambiar de brillo y posición.

Volveremos, y el silencio seguirá siendo el diálogo viviente entre las estrellas, los secretos que los vientos no comparten y la memoria de las estatuas.

Hasta pronto.

CG / Pepe Amodeo