sábado, 15 de agosto de 2009

Las uvas de la ira

Me hubiera gustado comenzar diciendo que estoy releyendo Las uvas de la ira, de John Steinbeck, pero no puedo hacerlo: debo confesar, con cierto rubor, que hace un par de días he comenzado a leer la novela del autor de Tortilla Flat y de Of mice and men. Finalmente, más tarde que temprano, alcanzo a realizar una lectura varias veces pospuesta.

Creo que no hay otro escritor moderno que sea tan visual como Steinbeck: Hedy Lamarr, John Garfield, Spencer Tracy, Henry Fonda, John Carradine, James Dean y Julie Harris, interpretaron en la gran pantalla algunos personajes inolvidables de la historia del cine, basados en novelas y creaciones de dicho novelista. Pero si hay una autora cuyos trabajos hayan alcanzado la categoría de iconos gráficos en el contexto de la Gran Depresión esa es Dorotea Lange, la fotógrafa autora de la portada del libro, la misma que fotografió aquella Madre Inmigrante que lleva décadas simbolizando el desamparo y el desarraigo de las miles de personas que, en aquellos años de acero, poblaban las aldeas, caminos y carreteras estadounidenses.

Propongo un recorrido por la foto de portada de la edición de Alianza Editorial, reimpresión de 2007: los tres planos de la imagen refuerzan la línea de fuga conformada por la carretera. La niña del primer carrito, con la cara vuelta, observa lo que parece ser un pequeño punto kilométrico situado casi al borde del asfalto, distinguiéndose un rostro grácil, que, a su vez, centra el resto de la composición. La otra niña parece que camina descalza, en contraposición con las gruesas y austeras medias de hilo que viste la mujer. Todo es movimiento y decisión, comenzando por la actitud resuelta e inequívoca del padre: austeridad en el vestir, pantalones con vueltas y zapatos polvorientos. La nitidez sobre la escala de grises es total y la horizontalidad del plano queda definida, además de por la regularidad del fondo paisajístico, por la tres cabezas de las figuras de mayor edad, equilibrando la diagonal izquierda-derecha.

Viendo este tipo de fotos es imposible no pensar en Comala, en Macondo, en Yoknapatawpha -incluso en las españolas Región y Mágina-, tierras imaginarias donde paisanaje y paisaje quedan confundidos, imbricados entre sí por una afinidad extrema.

La lectura de Las Uvas..., está significando en estos días un saludable interruptus de otra de mis lecturas estivales: la trilogía Millenium, de Stieg Larsson. A pesar de la sobriedad de la novela, sé que acabaré enamorándome de Tom Joad, del Predicador Jim Casy, de Madre Joad. En esta historia no resulta raro que los protagonistas se coman un conejo casi crudo en medio de un Oklahoma desolado y polvoriento, un espacio y un tiempo donde la palabra Ikea era una entelequia y pronunciar el vocablo Ford era sinónimo de amenaza en forma de tractor. No obstante, ya encontraré razones para acabar amando a estos personajes... Y serán muchas, ya lo creo que sí.

CG