jueves, 19 de julio de 2012

Cees Nooteboom: de "Hotel Nómada" a "Lluvia roja"

"No se puede demostrar y, sin embargo, lo creo; en algunos lugares del mundo tu llegada o salida se amplían de un modo misterioso por las emociones de todos aquellos que han salido o llegado antes que tú. Quien tenga un alma lo suficientemente visionaria sentirá una suave resistencia en al aire alrededor de la Schreiertoren* de Ámsterdam que tiene que ver con el cúmulo de pena de los hombres que se despiden, un tipo de pena que ya no conocemos. Nuestros viajes ya no duran años, sabemos exactamente adónde vamos y nuestra probabilidad de regreso es mucho mayor…"

Así arranca el primer capítulo de El desvío a Santiago, de Cees Nooteboom (La Haya, 1933), escritor, ensayista, poeta, hispanista y viajero, sin que el orden de los atributos tenga significado alguno. Leí este libro en el año 1994 y desde entonces no he dejado de aumentar mi conocimiento sobre el autor y sus libros. Ello me ha permitido apreciar más nítidamente el alcance y la importancia que pueden tener esas experiencias vitales —a las que llamamos viajes— en un conocimiento más exhaustivo y en la compresión del mundo que nos rodea.

De manera un tanto tardía llegan a mis manos Hotel Nómada y Lluvia roja, ambos editados por Siruela. El primero de ellos se abre con la siguiente cita del sufí Ibn ´Arabi (Murcia, 1165 - Damasco, 1240): El origen de la existencia es el movimiento. Esto significa que la inmovilidad no puede darse en la existencia, pues, de ser ésta inmóvil regresaría a su origen: la Nada. Por esta razón, el viaje no tiene fin, tanto en el mundo superior como en el mundo inferior. No hay viaje, sino movimiento, y con este elemental principio Nooteboom logra que sus miradas y reflexiones, adquieran la condición de crónicas apasionantes: nunca olvida la primera vez que, con apenas quince años, se despidió de su madre, levantó el dedo en su Holanda natal y atravesó, al cabo de una hora, (ustedes saben lo grande que es Holanda), la frontera con Bélgica. Y desde entonces viene manteniendo un interminable diálogo con el mundo utilizando el viaje como lenguaje. Durante un trayecto en barco por el río Gambia recuerda una cita de Kafka y, tras inhóspitos manglares, descubre a unas muchachas sacando agua de un pozo insondable, preguntándose qué gobierno, inglés o francés, ha sido capaz de introducir algún cambio en el mundo milenario que le es dado contemplar. Atravesando Malí, una tierra lunar más extensa que Francia y Alemania juntas, padece nostalgia por saber que asiste a un mundo que tiene los días contados, sintiéndose ajeno y alejado de antiquísimas comunidades que nunca llegará a conocer. En Bolivia, donde sufre mareos y percibe el crudo y frío viento andino, se siente estremecido ante los treinta y dos años de esperanza de vida que tienen los habitantes del Altiplano; en la zona central del Museo de Antropología de México, mirando la tierra arenosa que deja des-cubiertos unos esqueletos, se pregunta por el sabor del destino; finalmente, visitando la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, la misma de la que fue director Jorge Luis Borges, establece un paralelismo entre sus cien cuadernos de notas, elaborados durante cuarenta años, y la Biblioteca de Babel borgeana: él sería el ciego si perdiera sus cuadernos y ya no podría leer lo que él mismo escribió.

En Lluvia roja el autor dedica algunos capítulos a nuestro país. Tiene casa en Mallorca y en Jaca compra unas botellas de vino en una tienda situada enfrente de la catedral románica más bella de España; en un duro invierno en Ámsterdam lee en El País que hay nueve grados en su isla, y en ese momento viaja con el pensamiento a su jardín, haciendo una pormenorizada descripción del mismo; de nuevo en su isla, observa cómo los mediterráneos muros encalados sangran ligeramente tras recibir una lluvia roja procedente del Sahara: los oasis tunecinos de Nefta y Tozeur no quedan tan lejanos en su viajera memoria. Un salto melancólico a los olores de una carretera en su primer viaje a Italia; la lectura de Faulkner en una buhardilla olvidada o los fados que escuchó paseando por las estrechas calles de Lisboa, leyendo poemas de Slauerhoff al mismo tiempo. Las islas Tonga, unos versos de Safo, la Postdamer Platz con vistas al Muro, una Olivetti 22, un criador de perros en Bohemia, Stevenson y Rilke, Irán y Perú… Un mundo inagotable. Un universo —terrenal, heterogéneo y conmovedor— en unos pocos centenares de páginas.

En estos veranos, habitualmente tórridos e inclementes, les recomiendo la lectura de este autor, que ha hecho del viaje una acertada metáfora del aprendizaje continuo, una incesante transacción con los demás, iniciada en su juventud el día en que se puso en movimiento. Más tarde llegó su particular virtuosismo: en el movimiento descubre la calma, y, en ella, la escritura. Paradójica unión de antagonistas con los que consigue equilibradas narraciones, acertados ensayos y sublimes poemas.

CG

*Schreiertoren: "torre de las lamentaciones", desde donde las esposas de los marinos despedían a éstos cuando partían hacia las Indias. (Nota del traductor).

El desvío a Santiago. Círculo de Lectores. Traducción: Julio Grandes. Barcelona, 1994

Hotel Nómada. Libros del Tiempo. Editorial Siruela. Traducción: Isabel-Clara Lorda Vidal. Madrid, 2002

Lluvia roja. El Ojo del Tiempo. Editorial Siruela. Traducción: Isabel-Clara Lorda Vidal. Madrid, 2009

Nota.- Una versión abreviada de este post se publicó el pasado año en el boletín de julio de ApoloyBaco. Mi agradecimiento, siempre, a Luis Miguel León Blanco.