Que nadie busque en esta biografía de Emil Zátopek listas exhaustivas de las marcas conseguidas por el atleta checo, o puntuales fechas de sus innumerables hazañas deportivas... Nada de eso. Zátopek —¿no suena ese nombre a locomotora?— aparece a lo largo del relato como un héroe denodado que resulta humilde en todas sus victorias: no pide disculpas por ganar pero jamas se ha podido contermplar a un ganador tan ajeno al éxito conseguido; no estamos ante un depredador, un oportunista, de los que tanto abundan hoy en diversas órdenes de la vida pública, incluido el atletismo, acaso reconocido como el más excelso de los deportes, ni tampoco estamos ante un virtuoso que despide cierto olor a naftalina. Pero también es probable que el Zátopek del que nos habla Echenoz no fuese el verdadero, aunque ello no importe: al verdadero no lo conoceremos jamás, ya que esa dicha sólo le estuvo permitida a unos cuantos. No obstante, el novelista nos permite aproximarnos a un héroe singular, cercano, entrañable.
Existe un aforismo que describe a la perfección la diferencia entre la velocidad y el gran fondo: si quieres ganar corre cien metros, pero si quieres vivir otra vida corre una maraton. Acaso sea esta la razón por la que el héroe, este héroe, resulta ser una persona conectada con su tiempo, estableciéndose un paralelismo permanente entre su propia vida y los acontecimientos políticos y sociales que convulsionaron al mundo en la segunda mitad del siglo XX. La lectura de Correr* supone contemplar un retablo levantado para mostrar un perfil nítido y creible, el del personaje principal, que compartió espacios y contrastes con su tiempo. Luego llegaron los claroscuros, aquellas sombras amenazadoras que en vano lograron pervertir la luminosidad del dulce Emil, un hombre que se valió del polvo que levantaron sus zapatillas para la construcción de un horizonte propio, capaz de transmitir esperanzas e ilusiones a quienes, desde la lejanía de la historia, lo seguimos admirando.
CG / Pepe Amodeo
El relato comienza con las tropas nazis penetrando en la Moravia y finaliza, en el capítulo 20, con la invasión de los tanques, esta vez del Pacto de Varsovia, en las calles de Praga. Curioso cierre de círculo, si constatamos que en las pistas de atletismo el punto de inicio de una carrera es también el final de la misma. En este largo paréntesis asistimos a la ascensión brillante y al declive —discreto y razonable en lo deportivo, lacerante y doloroso en lo personal—, del héroe que iluminó los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952. Este checo, que llegó tardío al atletismo, venció en los 10.000 metros; tres días más tarde vuelve a vencer en 5.000; al cuarto día vuelve a enfundarse la camiseta y compite por primera vez en su vida en la maratón, logrando el tercer oro. Nadie lo había conseguido con anterioridad y nadie lo ha conseguido desde entonces.
Existe un aforismo que describe a la perfección la diferencia entre la velocidad y el gran fondo: si quieres ganar corre cien metros, pero si quieres vivir otra vida corre una maraton. Acaso sea esta la razón por la que el héroe, este héroe, resulta ser una persona conectada con su tiempo, estableciéndose un paralelismo permanente entre su propia vida y los acontecimientos políticos y sociales que convulsionaron al mundo en la segunda mitad del siglo XX. La lectura de Correr* supone contemplar un retablo levantado para mostrar un perfil nítido y creible, el del personaje principal, que compartió espacios y contrastes con su tiempo. Luego llegaron los claroscuros, aquellas sombras amenazadoras que en vano lograron pervertir la luminosidad del dulce Emil, un hombre que se valió del polvo que levantaron sus zapatillas para la construcción de un horizonte propio, capaz de transmitir esperanzas e ilusiones a quienes, desde la lejanía de la historia, lo seguimos admirando.
CG / Pepe Amodeo
*: Correr. Jean Echenoz. Anagrama. (Barcelona, 2010). Traducción de Javier Albiñana.
Música de fondo: Hope There´s Someone, Antony & The Johnsons.
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