Ambrosio era un lector fuera de lo común. “Cuando leía”, dice Agustín, “sus ojos recorrían las páginas y su corazón penetraba el sentido; mas su voz y su lengua descansaban. Muchas veces, estando yo presente, pues el ingreso a nadie estaba vedado ni había costumbre en su casa de anunciar al visitante, así le vi leer en silencio y jamás de otro modo”.
Ojos que escrutan la página, lengua inmóvil: así, exactamente, es como yo describiría hoy a un lector que estuviera sentado con un libro en un café frente a la iglesia de san Ambrosio en Milán, leyendo, tal vez, las Confesiones de San Agustín. Al igual que Ambrosio, el lector se ha vuelto sordo y ciego al mundo, a la gente que pasa por la calle, a las fachadas calcáreas de los edificios, de color carne. Nadie parece advertir la presencia de de un lector absorto: aislado, atento sólo a lo que lee, el lector no despierta la curiosidad de los transeúntes.
Una historia de la lectura. Alberto Manguel. Alianza Editorial. Madrid, 1998. Páginas 60 y 61.
A Cervantes, Shakespeare, Garcilaso de la Vega y Josep Pla: In Memorian. 23 de Abril de 2012. Día Internacional del Libro.
CG / Pepe Amodeo
En la imagen, Hombre leyendo, de John Singer Sargent (1856-1925).
Música de fondo: The Pavane, op. 50. Gabriel FAURÉ.
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