viernes, 22 de mayo de 2009

Borges, 1969

En 1919, en sus primeros viajes a España, Jorge Luis Borges reconocía a Rafael Cansinos-Assens como su maestro. Nunca sabremos qué fue lo que llevó al escritor argentino a semejante acto de reconocimiento, si la observación de cómo manejaba Cansinos a sus huestes del Café Colonial, o que quedara prendado al oir al escritor sevillano decir que podía saludar a las estrellas en trece idiomas. Lo cierto es que el pupilo le fue fiel al maestro. No hay más que recordar el revuelo que se originó en una de las muchas vistas que Borges realizo en España (varias, desde 1960), promocionando en sus intervenciones la grandeza del autor de El Candelabro de los Siete Brazos. Casi nadie sabía a quién se refería, y hubo que tirar de archivos y de algunos expertos para recuperar a un Cansinos Assens que había malvivido de sesudas traducciones de Goethe y otros clásicos, maldecido por el regimen franquista como judío.

Corre el año 1969 cuando Jorge Luis Borges edita Elogio de la sombras. Con idéntica combinación de palabras intitula uno de los poemas incluidos en el libro, que es el que CG me ha encargado colocar a continuación. Él conocerá los motivos...


Pepe Amodeo

ELOGIO DE LA SOMBRA

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)

puede ser el tiempo de nuestra dicha.

El animal ha muerto o casi ha muerto.

Quedan el hombre y su alma.

Vivo entre formas luminosas y vagas

que no son aún la tiniebla.

Buenos Aires,

que antes se desgarraba en arrabales

hacia la llanura incesante,

ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,

las borrosas calles del Once

y las precarias casas viejas

que aún llamamos el Sur.

Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;

Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;

el tiempo ha sido mi Demócrito.

Esta penumbra es lenta y no duele;

fluye por un manso declive

y se parece a la eternidad.

Mis amigos no tienen cara,

las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,

las esquinas pueden ser otras,

no hay letras en las páginas de los libros.

Todo esto debería atemorizarme,

pero es una dulzura, un regreso.

De las generaciones de los textos que hay en la tierra

sólo habré leído unos pocos,

los que sigo leyendo en la memoria,

leyendo y transformando.

Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,

convergen los caminos que me han traído

a mi secreto centro.

Esos caminos fueron ecos y pasos,

mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,

días y noches,entresueños y sueños,

cada ínfimo instante del ayer

y de los ayeres del mundo,

la firme espada del danés y la luna del persa,

los actos de los muertos,

el compartido amor, las palabras,

Emerson y la nieve y tantas cosas.

Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,

a mi álgebra y mi clave,

a mi espejo.

Pronto sabré quién soy.

Jorge Luis Borges, 1969