viernes, 10 de agosto de 2007

La noche de San Lorenzo. Las Perseidas.

Los títulos de crédito han estado apareciendo sobre una ventana abierta que enmarca una noche clara y estrellada -Omero Antonutti, Margarita Lozano, los hermanos Taviani ... -, y una voz femenina, cálida y cariñosa, musita unas protectoras palabras; sólo al final de la película se desvelará el secreto: quién las emite y quién, en un sueño inocente y profundo, ha sido el destinatario de las mismas.

Me estoy refiriendo a La noche de San Lorenzo, película de los hermanos Taviani, cuyo argumento es la huida de la opresión fascista de una pequeña comunidad de la Toscana, evitando el previsible choque entre dos fuegos que sigue a toda ofensiva. Una niña es la narradora y sus ojos van interpretando los horrores, las historias rotas y los enfrentamientos civiles que la contienda mundial arrojó sobre decenas de poblaciones sencillas y humildes: pequeños (o grandes) incidentes del camino, el retraso en alcanzar las filas de los americanos, los temores y dudas que comienzan a suscitarse entre los clanes del grupo, y la continua amenaza que representan los desesperados camisas negras, que ya dan por perdida la guerra.


Fuera de las crónicas de cine, y coincidiendo con la onomástica de San Lorenzo, como cada año en estos primeros días de agosto son recurrentes las apariciones de las Perseidas, esos coletazos del cometa Swift-Tuttle al paso por la influencia de la órbita terrestre.

Le comento a Pepe Amadeo el acontecimiento, y sin contestarme me sorprende con un folio en el que hay escrito un poema, fechado en 1997. Ni siquiera se ofrece a volcarlo al post, pero yo le cojo el papel. La palabra es suya.

CG


DESIDERATA


Miro mi patio convertido en un perfecto anfiteatro,
donde las distinguidas cariátides
han sido suplidas por prosaicas macetas de potos y geranios.
Hacia el noreste, Casiopea y Perseo aguardan en la noche.

Las lágrimas, tan alegremente esperadas,
reproducen agostos de puntualidad
sobre un cielo que jamás envejece.

Las lágrimas, tan ágilmente vistas,
seducen con misteriosa fugacidad
sobre un firmamento de amparo y silencio.

Las lágrimas, al final tan traidoramente enterradas en el olvido, suponen la vindicación de la fidelidad
sobre la propia infamia.

Desde mi inexistente anfiteatro decorado con invisibles cariátides, hacia el noreste,
Casiopea y las Perseidas me esperarán, te aguardarán
-siempre, siempre-,
en una futura y soñada noche de agosto.


Pepe Amodeo

domingo, 5 de agosto de 2007

Corredor sin retorno

El psicoanalista Luis Muiño escribe en su página de El Hábitat del Unicornio acerca del cineasta Michelangelo Antonioni, recientemente fallecido, y de Blow Up, uno de sus filmes más emblemáticos, cuyo tema principal es la historia de una obsesión. Con la capacidad didáctica que lo caracteriza, el autor del blog finaliza sugiriendo actitudes mentales que eviten caer en el abismo de la depresión y del conflicto mental grave: se puede analizar en profundidad cualquier cosa que nos preocupe, pero una vez alcanzado el fondo ..., hay que abandonarlo rápidamente, no vaya a ser que quedemos -como el mal de las profundidades ataca a los buceadores inexpertos-, atrapados para siempre en las sinrazones de la quimera.

Y como lo disímil, a veces, adquiere las propiedades de lo semejante, quiero traer a la memoria a un director, Samuel Fuller, que fue la antítesis del italiano: rodaba en pocas semanas, nunca seleccionaba a estrellas consagradas para el reparto y usaba la violencia con fuertes impactos visuales, si bien ambos coincidieron en ser considerados directores de culto para la generación de cineastas que alcanzaron el éxito en los 90 (Tarantino, Wender, Jarmusch, etc).

He aquí otro símil, teniendo como tema lo esbozado al comiezo de esta entrada: en la película Corredor sin retorno (Shock corridor, 1963), se plantea, además de la obsesión como rasgo característico de la personalidad, cuáles deberían ser los límites del periodismo sensacionalista, dado que nos presenta la historia del periodista ambicioso en busca del Pulitzer, que no duda en simular una enfermedad mental para descubrir una serie de extraños crímenes perpetrados en el interior de una clínica psiquiátrica.

La psiquiatría fue un filón para guionistas y directores entre 1950 y 1970 -Nido de víboras / The Snake Pit (1948), De repente, el último verano /Suddenly, the last summer (1959), Hojas de otoño /Autumn Leaves (1956) y Shock Treatement (1964)-, aunque también cabe pensar que eran los años del rechazo social a las instituciones mentales de la época, los años en que nace, al menos en los EE. UU., la antipsiaquiatría.

Por último, el antes y el después del cine dentro de los manicomios -horrible palabra para designar la pérdida de libertad, el secuestro y un submundo de electroshocks y lobotomías-, llega de la mano de Milos Forman, con Alguien voló sobre el nido del cuco / One Flew Over the Cuckoo’s Nest (1975), con la rectísima y cruel enfermera (no recuerdo su nombre), enfrentada al carismático Nicholson. ¿Son siempre los profesionales unos villanos y los enfermos héroes? Podéis dar la respuesta que estiméis conveniente, pero nunca será absoluta.

CG

sábado, 4 de agosto de 2007

Vicente Buígues, el héroe del hundimiento del Sirius

Hoy hace 101 años que tuvo lugar el naufragio del Sirius, un trasatlántico a vapor con más de veinte años de servicio y que fue construido en Glasgow, Escocia. Había partido del puerto de Génova y se dirigía a Río de Janeiro, Santos y Buenos Aires con unos 1300 pasajeros a bordo, si bien nunca se contabilizaron las personas que viajaban de forma ilegal en las bodegas del barco.

A su paso por el cabo de Palos, frente a la Manga del Mar Menor, pasadas la 16 horas de aquel cuatro de Agosto, un crujido atronador sacudio la nave, creando una gran confusión entre la tripulación y los pasajeros. El casco había encallado en el Bajo de Fuera, una especie de aguja que está a menos de tres metros de profundidad, quedando enganchado en este escollo perimetral de las Islas Hormigas.

Tras el desconcierto inicial, estallaron las calderas produciendo un número indeterminado de muertos; la proa se elevó y la popa quedó ligeramente hundida. El desastre se completó cuando el capitán del barco, Piccone, y un grupo de oficiales, mostrando una actitud miserable y mezquina, fletaron un bote y abandonaron a su suerte a los tripulantes. El resto de la marinería, ante semejante cobardía y falta de escrúpulos, siguieron su ejemplo, dejando sumida en la desesperación a los viajeros, que veían como se esfumaban cualquier posibilidad de salvamento.

Numerosos barcos que estaban por la zona, ante la columna de humo que el barco emitía y el cambio de silueta en el horizonte, se dirigieron hacia el buque naufragado. Algunos de ellos, de bandera francesa e italiana, salvaron a un número reducido de víctimas. Sin embargo fueron las embarcaciones de pesca, laúdes* en su mayoría, los que colaboraron en el salvamento de centenares de supervivientes. Vicente Buígues (o Bohígues), era el patron del laúd Joven Miguel. En contra de la opinión de la tripulación -casi todos familiares-, exponiendo su vida y la de sus colaboradores, acercó la proa al barco, y colocando unos tablones que dificilmente soportaban el paso de personas, logró salvar a más de trescientas personas, aunque para ello tuviera que valerse de un revólver: la máxima de las mujeres y los niños primero, presente en situaciones de emergencias, brillaba por su ausencia, ya que los indefensos eran arrollados sistematicamente por los más fuertes y poderosos.

Tras su hazaña fue condecorado por los gobiernos de España e Italia con la Cruz del Mérito Naval con Distintivo Rojo y con la Medalla de Oro de Salvamento de Náufragos (Cruz Roja). Fue recibido por el propio Rey Alfonso XIII en el Palacio Real, estableciéndose entre ellos una sólida amistad que se mantuvo en el tiempo. Unos años más tarde, estando Vicente en Valencia observó un revuelo en el puerto marítimo, comprobando que se debía a la presencia del monarca. Intentó romper el cordón de seguridad y casi resulta arrestado.

Si bien las crónicas no nos remiten al final de la historia, me quedo con lo que escribe Javier Cercas en Soldados de Salamina: de no ser por Alcibiades nada sería igual en el mundo. No obstante, añado que la vida y las acciones de personas como Vicente Boígues, justifican, aunque sea minimamente, la confianza que depositamos en ellas.

CG

*Definición del DRAE.- Embarcaciones pequeña del Mediterráneo, de un palo con vela latina, botalón con un foque y una mesana a popa.

Para saber más sobre este importante suceso que ocupó sobradamente la prensa de la época, entrar en las siguientes páginas:



domingo, 15 de julio de 2007

El perjurio de la nieve. Una ficción de Pepe Amodeo.


La última vez que estuve con Adolfo Bioy Casares fue en el año 1995, en la Complutense de Madrid. Siempre apuesto y atildado, hacía cola delante de la secretaría de la facultad de Filología, rodeado de estudiantes que lo miraban con curiosidad: no todos los días se podía tener el lujo de compartir espacio y tiempo con un Premio Cervantes. Como tardaba unos segundos en reconocerme, le remití a la fecha en que nos conocimos, un verano austral de 1992, en Montevideo. Se le iluminó el rostro cuando le nombré el Palacio Salvo, la misma fecha en la que recibió el Premio Rioplatense del Rotary Club. Tras la velada oficial, un grupo muy reducido de amigos, entre los que tuve el honor de ser acogido, comandados por su hija Marta, nos trasladamos a este lugar emblemático de la capital uruguaya. Allí esbozó una teoría a la que rapidamente se sumaron muchos adeptos: en 1916, año en que se estrena el tango La cumparsita, Borges tenía 17 años, y aunque se sabe que en aquellos años viajaba por Europa, también se aseveraba que había sido visto en Montevideo, que había visitado el café La Giralda -ahora Palacio Salvo- y que había dejado escrita la primera letra del genial y controvertido tango, a lápiz, sobre la tapa de mármol de una de las mesas. A partir de ahí, las continuas querellas entre Matos Rodríguez y Roberto Firpo, no hacían más que aumentar la fama del tango. Poco tiempo después Borges -anónimo autor de este tango universal-, ya renegaba publicamente del género y apostaba, sin éxito alguno, por la milonga como el canto de la identidad argentina.

Esperé a que terminara sus gestiones en la Universidad y le invité a pasear por el Jardín Botánico de la Ciudad Universitaria. Una vez allí, tras ponerme al día de los proyectos que aún tenía pendiente, mostró una memoria prodigiosa al preguntarme qué me había parecido aquel relato dedicado que me envió unos meses después de nuestro encuentro en Montevideo, y que yo tuve el descaro de decirle que no conocía, titulado El perjurio de la nieve. Me vi en la obligación de confesarle que nunca recibí su libro y nuestra conversación terminó con vagos deseos de reencontrarnos, sabiendo, como ambos conocíamos, la escasa probabilidad y la incertidumbre de que se produjese un nuevo encuentro entre nosotros. A ninguno de los dos se nos ocurrió volver a hablar sobre la carta perdida.

Desde entonces no paré de buscar este librito, hasta que finalmente lo hallé en la Librería de la Escalinata, en la calle Escalinata, cerca de la plaza de Isabel II, en Madrid. Lo compré en octubre de 2004, curiosamante sesenta años más tarde de que acabase la impresión del segundo millar, en los talleres gráficos de D. Sebastián de Amorrortu e Hijos, en Buenos Aires (1,80 pesos de precio de salida), y desde entonces lo he releído en más de una ocasión.

Si recomiendo este ejemplar es porque la humanidad tiene una cuenta pendiente con la relaciones duales: poeta mediocre y excéntrico vs periodista sobrio y discreto; notoriedad vs anonimato; imaginación febril vs mente sensata; sin embargo el propio Bioy Casares ha de incluir un necesario epílogo, ante lo que el mismo califica como simetrias en los destinos entre Carlos Oribe y Juan Luis Villafañe. En este capítulo final, tras sucesivos razonamientos y reconociendo que pueden no ser los únicos ni los verdaderos, se posiciona en favor de uno de ellos.

La edición de la que les hablo es, como decía antes, de 1944. Cuadernos de la Quimera. EMECÉ Editores, SA, Buenos Aires.

Esta novela corta fue llevada el cine en 1950, con el título El crimen de Oribe, rodada por Leopoldo Torre Ríos y Leopoldo Torre Nilsson.

Pepe Amodeo

viernes, 6 de julio de 2007

De poeta a ministro

Un viernes pesado, sólido, con el sabor aún acre en la memoria por los cuatro fallecidos en Carboneras. El calor, esa invisible armadura que entorpece nuestros movimientos y enlentece la mente, facilita el pequeño sueño reparador de sobremesa. Poco después hablo por el teléfono y alguien me da la noticia: César Antonio Molina ha sido nombrado ministro de Cultura.

De la hemeroteca virtual española, recojo palabras del poeta con las que me identifico: La poesía me ha hecho mejor persona, por la sensibilidad que te obliga a cultivar y que te abre a la gente, y me ha hecho mejor lector. (ELPAIS.com, artículo de la tarde).

Uno de sus poemas:

JUNCOS

Juncos del lago Titicaca,

juncos del antiguo Nilo.

Barcos en el desierto

herrados por el óxido.

Mares de arena.

Trigo, espigas, cebada:

aramos con las anclas.


Cómo quisiera no imaginar

a aquel que desconozco.


Cada uno debajo de su duna

y el sagrado simún sellando todo.


Nadie le ha abierto las puertas a este poeta: le cabe el honor de habérselas abierto él solo.

Pepe Amodeo

sábado, 23 de junio de 2007

La lectura, un mal confesable

En su obra Defensa de la lectura, Pedro Salinas establece diferencias importantes entre los adjetivos leedor y lector, asignándole al primero el significado de "aquél que lee por obligación", y al segundo el que lo hace por "el puro placer de leer, por ganas de estar con el libro como si fuera un ser amado, porque el amor que se le profesa (al libro), resulta invencible ..., sin esperar ganancia material o social alguna, nada que fuera más allá del ejemplar mismo y el mundo que genera" (La imprecisión en el entrecomillado viene por confiar en la memoria).
Así que cuando uno se encuentra con páginas como la de "El lector sin prisas", y detecta en sus contenidos ese amor supremo por la lectura, ese mal confesable que a muchos nos supera, no se puede por menos que enviar un saludo solidario a los componentes de "El Equipo Médico Habitual", cuatro voluntarios que aportan unas acertadas - y creo también que desinterasadas-, críticas literarias.

Otro dato más que viene a confirmar la existencia de la Biblioteca de Babel, o Circular, de Borges: encontré la página buscando información sobre Ryszard Kapuscinski y su obra Viajes con Heródoto: una vez más el sustantivo necesita de un buen adjetivo, así que propongo dos palabras: azar y aleatorio.

Como la crítica literaria es una de la finalidades perseguidas por este blog -compartido afortunadamante con Pepe Amodeo-, creo que no nos equivocamos al recomendar esta página, al tiempo que la añadimos de manera permanente a nuestra lista de favoritos.

No recomendamos visitar páginas de forma gratuita, así que fíense de nuestra apuesta y entren en ella: los autores no sé si lo agradecerán pero ustedes, sin saberlo, estarán validando la frase del mismo Borges (Borges, siempre Borges): Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullece las que he leído.

http://blogs.epi.es/ellectorsinprisas/

CG

Verás el cielo abierto

por Manuel Vicent

De la Biblioteca Pública del pueblo donde he sido acogido a cambio de pagar los correspondientes impuestos, me llevo a casa Verás el cielo abierto, de Manuel Vicent y apenas tardo unas horas en leerlo.

Nunca seré sorprendido colocando aquí el contenido de las solapas de los libros que he leído: démosle el respeto debido a lo que ya hacen otros -¿o debería decir otras personas, evitando caer en ese horror de lo políticamente correcto?-, que además viven de eso, mientras que yo vivo casi del aire. Manuel Vicent no se redime aquí de culpa alguna (ni tiene porqué), aunque en estas páginas confiesa -irónicamante claro-, que a veces ha llamado a su psicólogo para que le aclare algún conflicto onírico gastronómico, mientras que la mayoría de los mortales, cuando podemos pagarnos a alguno de estos profesionales, lo llamamos atenazados por el stress y la ansiedad.

En cualquier caso, el maestro de la magistral columna No pongas tus sucias manos sobre Mozart, premio González Ruano en 1979 y de aquellos Daguerrotipos, que a finales de los años setenta se podían leer en la penúltima página de El País Semanal, se ha superado a si mismo en una sutil observación del pasado, particular y colectivo. Si quieren leer las primeras páginas de esta biografía novelada pulsen aquí.

Pepe Amodeo

sábado, 16 de junio de 2007

Muerte de un corsario

Reconozco haber sucumbido a la presión mediática que Piratas del Caribe está teniendo en nuestro país, pero la historia que hoy propongo nada tiene en común con la producción norteamericana. Sabemos que la existencia en el mar siempre ha sido dura, pero si a ello le añadimos la de ser marineros enrolados en cualquiera de las patentes de corso que proliferaron por las costas levantinas y vascas entre los siglos XII y XVI, pues tendríamos una actividad que, con toda seguridad, estaría muy lejos del fervor romántico con que algunos autores la idealizaron (veáse la Canción del Pirata, de José de Espronceda).

Sin entrar aquí en detalles sobre las diferencias entre actos corsarios y piráticos, aún sabiendo las estrechas lindes que confunden a ambos, sí recordaré la entrada del DRAE para patente de corso: Cédula o despacho con que el Gobierno de un Estado autorizaba a un sujeto para hacer el corso contra los enemigos de la nación.

Diego González de Valderrama, alias Barrasa, del que sabemos todo sobre su muerte pero poco acerca de sus origenes, debió ser un personaje ambicioso, con anhelos de pertenecer a la caballería castellana, aunque un documento catalán de la época lo califica de escudero, o sea la categoría más baja de la nobleza. La crónica genovesa que relató su muerte, lo situa como originario de una zona cercana a Sevilla, alrededor de 1365. Era pariente de un tal Juan Gonzálvez de Moranza, el cual estuvo al servicio de Luis de Anjou, conde de Provenza.

Es probable que tuviera escasos recursos económicos y que, por el contrario, fuera un agudo observador de las intrigas palaciegas que existían en las cortes ribereñas del Mediterráneo de la época. Esto le debió hacer intuir que ejercer el corso le posibilitaría un ascenso rápido, acorde a su osadia y a sus ambiciones. Hay constancia de que se puso al servicio de la Corona de Aragón, en disputa con los genoveses por la influencia comercial del norte del Mare Nostrum, así que de continuo fueron las naves con esta bandera sus objetivos, ademas de turcos y provenzales. La primera queja sobre sus fechorías está registrada en 1397, y la hace el maestre portulano de Sicilia, genovés, llamado David Lercaro. Las costas de Siracusa, Nápoles, Pisa, Marsella, Morvedre (Sagunto), Alicante, y hasta Cádiz, fueron el escenario de sus actos piráticos.

Alrededor de 1400 logró su máximo poder, ya que si los navegantes no querían ser molestados pagaban un canon de forma voluntaria a Gonçalvez de Barrasa (otro de los nombres con que aparece en las crónicas). Tambien en aquellos años puso en aprietos al mismo monarca de la corona catalano-aragonesa, Martín I el Humano, empeñado en lograr la paz con los genoveses, sus antiguos aliados.

Su decadencia comienza en 1407, cuando es abandonado a su suerte por este rey, que ya le califico de enemigo y ladrón de caminos. Su muerte le sobrevino en 1410, cuando intentó el abordaje de un buque genovés que comandaba Paolo Italiano. Tras el fracaso del asalto delante de la costas de Valencia, y cuando la derrota era manifiesta, sus mismos hombres lo echaron al mar atado a una piedra, tratando de conseguir que los genoveses no identificaran aquella tripulación con la de Diego de Barrasa.

Tal fue la dramática y vil muerte de este personaje, traicionado por sus hombres, y finalmente humillado por los enemigos que él mismo fue capaz de crearse, y así queda registrada en una interesante obra escrita por Mª Teresa Ferrer Mallol, titulada Corsarios castellanos y vascos en el Mediterraneo medieval, editorial CSIC, Barcelona, 2000. Pero ¿porqué estos trabajos no tienen el eco que si tienen las obras de ficción, como las famosas La posada de Jamaica o La isla del tesoro? ¿Qué sabemos de los sinsabores, enfermedades y desengaños que con seguridad padeció este Barrasa? ¿Tuvo algún momento de debilidad? ¿Era vulnerable? ¿Fue generoso con alguna barragana, o, por el contrario, fue en todo momento mezquino y miserable? No se porqué, pero llegado a este punto pienso que siempre nos quedarán el Capitán Alatriste, Tin Tin y Corto Maltés.

Al fin y al cabo no somos nada originales cuando preferimos a los héroes de ficción como compañeros de sueños.

CG.

domingo, 27 de mayo de 2007

Rolando Campos. Retrospectiva 2007.

Abro el soberbio catálogo de Las miradas de Rolando, y lo hojeo con parsimonia. Tras unos minutos acabo comprendiendo que estoy buscando algo que no encontraré, tal es la falsa ilusión con que a veces solemos acometer nuestros actos. Me refiero a que los trabajos de Rolando han trascendido más allá de cualquier límite donde podíamos situarlos los que conocimos sus inicios, sobre todo quedando como queda, tan lejana y perdida, la adolescencia transcurrida entre el barrio de El Tardón y los caminos que llevaban hasta el río, a su paso por Tomares y San Juan de Aznalfarache.

Transcurre finales de abril y es el cuarto evento al que acudo para contemplar los trabajos de Rolando. Creo recordar cada uno de ellos con bastante claridad, además de que conservo cada una de las guías editadas al efecto. El primero de ellos fue en la Sala de El Monte, en Sevilla, en 1989. El memorando es de formato apaisado, y en aquella ocasión el artista exponía pintura, dibujos y esculturas. Hay una entrañable dedicatoria a Jorge Vázquez Consuegra (otro viejo conocido), y a Corregidor, uno de sus operarios del taller de forja. En la tercera página se lee un fragmento de Álvaro de Campos, hablando de Fernando Pessoa, que queda transcrito de la siguiente manera:

Soy demasiado amigo de (Fernando Pessoa) para hablar bien de él sin que me sienta mal; la verdad es una de las peores hipocresías a que obliga la amistad.

Si el lector encuentra injustas las palabras precedentes, suponga que he escrito las que él cree justas. Lo que esté bien estará bien sin ninguno de los dos.

Por lo demás, el único prefacio a una obra es el cerebro de quien la lee.

Pessoa le da voz a uno de sus heterónimos para hablar con solemnidad, pero sin cursilería, de si mismo. Y para hablar de esos falsos préstamos que resultan mezquinos e insoportables. Si quien ésto escribe quisiera ver en la frase citada una premonición, CG estaria cometiendo una hipocresía. Tampoco ha llegado el momento de cederle el teclado, como a veces hago, a Pepe Amodeo.

Pero volvamos a aquella inolvidable tarde de 1989, en el Pasaje de Villasís, para rememorar las dos improntas que más nítidamente conservo. La primera es lo subyugante que me pareció una pintura suya, de reducidas dimensiones, titulada Homenaje a Corot. Espero que el recuerdo no me traicione, pero ese puente tornasolado, en el que predominaban los dorados, hace que me pregunte, todavía, dónde estará esa pintura, y porqué ésa y no otra, fija aún uno de los recuerdos de aquella tarde. La otra fue el descubrimiento de uno de los motivos persistentes en su escultura: la pita.

Quedan en mi memoria otros tres eventos en los que reencontré sus obras, amigos comunes y alguna lágrima más que justificada, pero para entonces Rolando -nunca me permití llamarlo Rolo-, utilizando el eufemismo griego, ya se había marchado con la mayoría.

Ahora es el turno de Pepe Amodeo. Ya sabemos de su capacidad para mirar, así que está más que justificado que interprete otra mirada, en esta caso la de dos personajes creados por Rolando. Les dejo con él.

CG.



Rolando Campos

Interior I

1971

Grafito sobre papel

Elijo este cuadro porque el hallazgo de los fragmentos es una recurrente argumental en Rolando. Estos fragmentos o porciones pueden ser materiales o metafísicos, aunque probablemente el artista denostaría el segundo calificativo.

Pero entonces ¿como determinar el alcance de estas imágenes que tampoco caben etiquetar de surrealistas?

En la imagen del centro está la niña que mira al vacío y que se dirige a un punto indeterminado de la estancia. Sus facciones son duras, casi deformes: un amago de sonrisa cruel cruza la parte inferior del rostro, mientras que los ojos son casi inexistentes. La pared y el suelo del espacio recreado presentan un deterioro manifiesto, mientras que el ventanal del fondo queda conformado por equilibradas y regulares líneas geométricas. Al luminoso hueco central le sigue, por la derecha, un muro semiopaco, reconocible sólo en la parte inferior y en la discreta iluminación proyectada a la altura de la ventana. Las sombras de este muro equlibran la sucesión de formas del cuadro, ya que ante la uniformidad de estos grises, acabamos deteniéndonos en la segunda persona representada.

Esta mujer posee una poderosísima mirada, soportada en un revelador y sugestivo rostro. Desde esa posición semioculta mira a quien le mira. Su atuendo se adivina elegante y cuidado, en contraste con el austero babi que viste la niña. Su gesto no es hosco pero si desinhibido y desafiante. En ningún momento se percibe en ella duda o temor, sino más bien altanería, seguridad, firmeza. ¿Se debe ello a su insinuada ausencia de este mundo? ¿Habita esta mujer en las penumbras, habiendo renunciado a habitar la luz? Cabe notar que su mano derecha apenas se apoya en una mesa, pero a partir de ahí, quedan desdibujadas su pelvis y sus piernas, lo que le proporciona un etéreo -que no fantasmal-, estatus.

A mi juicio, Rolando Campos propone en esta pintura descubrir sorpresas, contrastes y finales no felices. Ya estaba en ciernes el devenir de la multiplicación, la agitación y la superposición, pero incluso en la consolidación de su etapa más madura, nunca dejó de ser fiel a la instantánea fugaz ensayada con instrumentos materiales y personales interpretaciones. En suma, discernimiento y sagacidad vs imaginación e intuición.

Pepe Amodeo

viernes, 25 de mayo de 2007

La noche se mueve

El acontecimiento del próximo domingo -victorias y derrotas-, sólo me trae el recuerdo de una película, La noche se mueve (Night moves), interpretada por Gene Hackman en el papel de Harry Moseby, un detective en la tradición de Sam Spade o Philip Marlowe, moviéndose en tramas ocultas entre la estereotipada Hollywood y los ambientes sórdidos de Florida. El personaje, un antiguo jugador de futbol americano, descubre en uno de sus callejeos que su mujer -Susan Clark, en el papel de Ellen-, le está engañando. Vuelve a casa con aire vencido. Enciende el televisor y le quita el sonido mientras contempla un partido de rugby. Su mujer vuelve y el comentario que hace sirve para confirmar el engaño. Lo que viene a continuación es uno de los diálogos cinematográficos que, por razones que desconozco, he rememorado continuamente:

Ellen (sin mirarlo): -¿Estás viendo el partido? ¿Quién gana?

Harry (sin apartar la vista del televisor): -¿Ganar? Nunca se gana. Digamos que unos pierden menos que otros.

La derrota. La estética del vencido. El pesimismo vital que tiene tanto predicamento en determinadas personas o grupos humanos. ¿Y si no les faltara razón a quienes preconizan esta actitud, la percepción de vencimiento que de continuo nos persigue? Particularmente, este domingo me identificaré con aquel Harry Moseby: intuyo que no ganará nadie (y menos los votantes). En todo caso, unos perderán menos que otros.

CG

sábado, 19 de mayo de 2007

Revista Litoral

Creo que fue la poeta Blanca Andreu (La Coruña, 1959), la que dijo que a la poesía se llega por instinto, sin saber muy bien qué o quién lo provoca, pero que al final es un camino de autoconocimiento. Esta misma definición ya se explicó en el post sobre María Sanz, hace tan sólo unas fechas.


Una manera de aplicarse a este género literario, tanto en sentimientos como en las heterogéneas posiciones estéticas de la belleza, es hacerse con cualquiera de los últimos ejemplares de la revista Litoral, Poesía, Arte y Pensamiento. Sesenta años de arte y literatura, con los obligados saltos en los años de la guerra civil y posteriores, avalan a esta publicación, cuidada en todos sus detalles, merecedora de la Medalla al Mérito en Bellas Artes en el año 2005. Animalia, Los ojos dibujados, La poesía del mar, Carlos Marzal, La poesía del cine, etc, son algunos de los últimos monográficos de esta singular publicación.

El último número, Navegante Solitario, está dedicado a José Manuel Caballero Bonald. No me resisto, con permiso del poeta, a transcribir aquí un poema, ya antiguo, de este autor. Se trata de A batallas de amor, campos de pluma, y pertenece a Descrédito del héroe, Madrid, Visor, 1993.

Ningún vestigio tan inconsolable
como el que deja un cuerpo
entre las sábanas
y más
cuando la lasitud de la memoria
ocupa un espacio mayor
del que razonablemente le corresponde.

Linda el amanecer con la almohada
y algo jadea cerca, acaso un último
estertor adherido
a la carne, la otra vez adversaria
emanación del tedio estacionándose
entre los utensilios volubles
de la noche.

Despierta, ya es de día,
mira los restos del naufragio
bruscamente esparcidos
en la vidriosa linde del insomnio.

Sólo es un pacto a veces, una tregua
ungida de sudor, la extenuante
reconstrucción del sitio
donde estuvo asediado el taciturno
material del deseo.

Rastros
hostiles reptan entre un cúmulo
de trofeos y escorias, amortiguan
la inerme acometida de los cuerpos.

A batallas de amor campo de plumas.

CG

martes, 15 de mayo de 2007

El espectáculo

Me envía un correo un buen amigo invitándome a que me asome a la viñeta de El Roto en El País de hoy.

Sin duda es memorable, que es como la adjetiva mi amigo. Me permito añadir algo: además nos ahorra las moscas y la sangre.

Gracias, Pedro.

CG

sábado, 12 de mayo de 2007

Un maledetto imbroglio

El semáforo aparece en rojo y tengo que parar el coche ante un cruce de calles. La tarde, colmada de caos e impaciencia, se presenta calurosa y a través de la ventanilla se cuela un familiar olor a plomo y asfalto. Todo está agitado y crispado. Conecto la radio y la voz de Gene Kelly, cantando Singing in the rain, emerge de los altavoces. En ese momento me abstraigo y me imagino que todo mi alrededor se ha convertido en un estudio de cine californiano: casi llego a palpar la imagen del cantante y bailarín, abanderado sobre la farola mientras una lluvia artificial, mezcla de agua y leche (la unica manera, al parecer, que encontraron los técnicos de la MGM para que el technicolor captara las gotas de lluvia, convertidas en anónimas protagonistas), representando uno de los iconos más gráficos de la modernidad.

Aunque resulte extraño, y dada mi desmedida pasión por los mitos, no tengo copia de esta película. Cuando se rodó corría el año 1952, así que todavía faltaban siete para que se proyectara como estreno Un maledetto imbroglio, un film en blanco y negro de Pietro Germi. Esta obra es unas mis películas preferidas, y desde aquí invito a que la veáis.

En ese año el neorrealismo estaba ya en decadencia, pero Pietro Germi sazonó el argumento (crónica social más crimen y delincuencia), en un claro apunte hacia la ambigüedad moral que rodea a todo lo que pretenda ganarse la etiqueta de novela o cine negro. Muy en su papel de inspector descreido e indolente, tanto con los implicados en la trama como con los jefes, el director-actor borda el personaje del Dottore Ingravallo, adornándose con unas sugerentes gafas oscuras, precursoras de las Wayfarer, de Ray Ban, aquellas que después harían famosas el presidente Kennedy, Audrey Hepburn (Desayuno con diamantes/Breakfast at Tiffany´s), o Bob Dylan. Genial aparece también una jovencísima Claudia Cardinale en el papel de Assuntina, la joven crédula e inexperta, que acude a la ciudad huyendo de la asfixiante miseria aldeana.

El ambiente cuartelero de la comisaría, el desfile de personajes sinuosos y resbaladizos, el enredo continuo, el maldito embrollo que todo lo domina, procede de una obra literaria desconocida en nuestro país, Quer pasticciaccio brutto de via Merulana, de Carlo Emilio Gadda. Turbadora me resulta la imagen final de Assuntina atravesada en la cama, con la mirada dirigida a la cámara (a la estancia vacia tras la detención de Diomedes -Nino Castelnuovo-), atenazada por el miedo y el desgarro: no sólo están apresando a su hombre, sino que se adivina a una mujer condenada, madre en ciernes sin futuro en una Italia rural, huérfana aún del milagro económico.

La banda de la película fue compuesta por Carlo Rustichelli, y el tema central es Sinno´me moro, una canción interpretada por Alida Chelli, hija del compositor. Fue un exito en las ondas de la radio de aquellos años, aunque Gabriella Ferri también versionó el tema unos años más tarde con idéntico éxito.

Aunque ya he comentado que me declaro un incondicional del film, no me resisto a referir el paralelismo entre la conmovedora escena final, en la que Claudia Cardinale corre por la polvorienta calle del pueblo, y la de Ana Magnani en Roma, cittá aperta, tras la detención de los aprendices de partisanos.

A pesar de haberos reventado el final, insisto: no os la perdáis, no tiene desperdicio.

CG

lunes, 7 de mayo de 2007

Recibir una carta


Pepe Amodeo ha recibido una carta: Ya nadie escribe cartas de este modo, y me enseña un folio escrito con máquina de escribir clásica, convencional, con la huella de los tipos sobre el papel. Quizá haya sido escrita con una Underwood, una Remington o una convencional Olivetti Lettera 42. El caso es que la página escrita resulta conmovedora y entrañable, plegada doblemente sobre sí misma, con una firma al pie. Me pide que la lea y casi doy un respingo ante la confidencialidad de lo escrito: a una persona muy allegada a Pepe Amodeo no le van bien las cosas. Me emociona tanta franqueza, tanta sinceridad. Decía la carta que creemos tener todas las certezas del mundo sobre las personas con quien convivimos. Que pensamos que lo sabemos todo sobre los que nos rodean: los oimos cómo rien, cómo se enfadan, cómo vuelven a serenarse ..., pero que luego, de forma inequívoca, acaban reapareciendo sombras, lados ocultos y oscuros, dudas razonables. Y sin embargo esta persona ha decidido continuar creyendo en otra, seguir tratando de aprender, prorrogar la confianza tantas veces otorgada.


Me dice que es muy poca la ayuda que puede darle: acaso contestarle a la misiva, hacerle una llamada telefónica, o visitarle. Pero pone poco entusiasmo, así que le brindo este blog. Al principio titubea un poco, aunque finalmente acepta, diciéndome que lo ayude al seleccionar uno de sus poemas. No lo dudo y le indico cuál. Este poema lo escribió Pepe Amodeo en julio de 2006 y pertenece a un libro, inédito, naturalmente, titulado Los barros prestados.


Los barros que me prestaron

Tanto tiempo recibiendo arcillas, hijas de otros sedimentos.

Tanto barro tomado y tanto por devolver.

En un tiempo repuse unas sonrisas sinceras,

una mirada clara.

Alguna vez hubo un favor intentado,

algún silencio cómplice.

Un día compartí algunas soledades,

y otro atendí un sueño ajeno.

Apenas nada, comparado con las cerámicas y caolines

que han llegado siempre hasta mis manos:

los alientos desinteresados de mis padres,

la partitura siempre renovada que me permite

interpretar mi compañera,

los caminos enseñados que me conducían

al final de todo cautiverio,

las libertades posibles que me mostraron mis hijas,

o la lección aprendida tras una pifia inconfesable.

Son barros prestados, pero no los siento

ajenos. Tampoco me pertenecen los bronces

y oropeles de los que alguna vez hice gala,

arneses que precisé mientras cometía errores:

espero que el saldo sea favorable, alguna vez,

a los materiales más frágiles, y poder poner,

por fin, un poco de lucidez sobre mis espaldas.

CG

martes, 1 de mayo de 2007

El puente

Le dejo a Pepe Amodeo el teclado para que muestre sus experiencias viajeras de un apretado fin de semana, ya que no ha podido sustraerse a aceptar una invitación en este puente de calendario. Le he recordado la diferencia existente entre el ser viajero y el ser turista. Y él se ha tenido que vestir de turista, ir a un hotel de turistas, degustar menús de turistas y coincidir en el ascensor con decenas de turistas... Sin soportar facturas, ya que ha tenido la condición de invitado. Me asegura que no, que él ha ido de viaje, y que lo que distingue al viajero del turista no es el aspecto ni el menú que comparte con otros residentes del hotel, sino... la mirada.

Por una vez, y sin que sirva de precedente le doy la razón: no acostumbro a ser tan benévolo con quien tiene que cumplir su papel de contrincante oficial, pero en esta ocasión se lo ha ganado. Les dejo con él, pero no se fien: hasta a mí logra engañarme con cierta periodicidad.

CG




DE PUENTES Y MIRADAS.

Tengo unos días libres en mi trabajo y un buen amigo me invita a pasar unos días fuera de la influencia de CG. No diré el lugar elegido para el desplazamiento, ya que empieza a tener mala prensa, como le ocurre a la Costa del Sol y a otros lugares igual de siniestros. Sin embargo no puedo evitar la tentación de referirme a algo que me viene sucediendo desde cierto tiempo. Durante muchos años estuve preocupado con la posibilidad de retener los rostros de las personas con las que me cruzaba en aeropuertos, estaciones y restaurantes, sobre todos en ciudades remotas a las que, previsiblemente, ya no regresaré nunca. De aquella fijación mía de retratar rostros y de rememorarlos cada cierto tiempo, he pasado a mantener una visión periférica de las personas y sus gestos. Así que ahora no me distraen las caras de l0s individuos que me rodean, y me descubro mirando sus manos, su calzado, sus actitudes. En este último fin de semana he ido anotando en mi cuaderno cómo era la espalda convulsa de una mujer que lloraba sentada en su silla de ruedas, mientras miraba al mar, ante la total indiferencia de su acompañante; las manos poco creibles, de horribles uñas artificiales, de la chica que se acercó a nuestra mesa solicitando el salero; las dudas mostradas por el recepcionista del hotel al escribir ni nombre; la voz, grave y ceremoniosa, percibida desde la terraza, agradeciendo un favor telefónicamente; las sandalias y los calcetines blancos de unos turistas de aspecto nórdico; un niño, con clara actitud de enfado, que mira fijamente uno de los caminos que lo ha llevado hasta el paso elevado de la autopista; el silencio de la camarera de hotel ante mi saludo; los andares, retadores y chulescos, de la propietaria del perro que se me acercó en la playa; los cinco vasos largos, vacios, acumulados por la cantante del bar del hotel, Sesión: 11 de la noche - Media etiqueta ...

Me he propuesto percibir los restos de lágrimas que quedaron sobre el llavero de la habitación que ocupé cuando estuve en Venecia, o migrar al entrecejo de la gaviota que, durante unos instantes, fue hermana vertical del acantilado del Cabo de San Vicente; si he de volver a contemplar y a fotografiar los rostros, lo haré, pero sin perder de vista mis nuevas metas.

Termino dejando el final de un poema que compuse hace ya algunos años, sin título, dedicado a los amantes de Blade Runner:

Nunca renuncies al equipaje ganado con los sueños. Ni a itinerarios que te conduzcan

al perfume de las estrellas, al canto de los desiertos, al acento de los mares.


Así, en el momento de la derrota final, puedes mirar a tu contricante y decirle:

"Tu no has visto, como yo, arder Orión ni brillar rayos C en la puerta Tannhäuser"

Y te digo que nada de eso se perderá como lágrimas en la lluvia,

si es que elegimos ser memoria de un universo que vive desafiando al silencio.

Pepe Amodeo

viernes, 27 de abril de 2007

La poesía y los pobres: Gamoneda






Con algo de retraso me hago eco del premio Cervantes 2006, recogido el pasado día 23 por Antonio Gamoneda. Si tuviera que resaltar alguna frase del discurso pronunciado por el autor ese mismo día, sería aquella en la que venía a decir que la falta de recursos había condicionado su vida y su obra "más que cualquiera otra circunstancia o razón". "Mis fuentes", aseguró, "en lo que concierne al saber, a la vigilia de la sensibilidad y al acendramiento de la conciencia, son, permítaseme decirlo crudamente, de baja extracción".


Recomiendo desde aquí la reflexión que hace en su blog Luis Muiño -ya saben, El Hábitat del Unicornio-, acerca de la pobreza y de los que nunca salen en la foto.

Por otro lado tomo dos poemas del autor que figuran en Esta luz, Poesía reunida 1947-2004, Galaxia Gutember-Círculo de Lectores.

El primero pertenece a 1947, y, según recoge Eloísa Otero en su blog Isla Kokotero, su hija Amelia aún conserva el manuscrito de dicho poema.

TE BEBERÉ el cabello
y cerrare los ojos.

Tú seguirás manando
tu cabello
turbio de besos.


Poeta plural y amplio, quisiera reflejar aquí las dos líneas dedicadas a Chillida en su libro Rumor de límites:

OIGO hervir el acero. La exactitud es el vértigo.

Tus manos abren los párpados del abismo.

Con notarios y maestros de lo cotidiano y de la memoria como Gamoneda, creo que todos podemos atrevernos a entrar en espacios tan reservados como son el autoconocimiento y la emoción. Eso sí, habrá que amar lo que descubramos, que no siempre será grato. Además, nadie lo hará por nosotros.

martes, 24 de abril de 2007

Tu nombre y la palabra

Visito la página de Arponeros y me encuentro con esta noticia: a mi buena amiga Maria Fernanda Trujillo le han otorgado el Primer Premio de Narrativa en Tomares, Sevilla. Es la III edición que organiza la Asociación ARTESOY, que acoge a Mujeres Artistas de la misma localidad. Como no podía ser de otra manera, le pido permiso para que el relato premiado pueda ser leído por las pocas personas que visitan el rincón que comparto con Pepe Amodeo

El relato, en clave epistolar, se titula Tu nombre y la palabra y es un emotivo ejercicio de comprensión dedicado a aquellas personas a las que la vida apenas les concedió nada. María Fernanda me confiesa que detrás de esta ficción hay una pequeña historia verdadera, y que por eso ella le cede esta vez protagonismo a quién acaso nunca lo ha tenido. He aquí el relato.

He dudado muchas veces a la hora de dirigirte esta carta, Blasa, amiga mía. Pero sí; al final he decidido poner por testigo a la palabra.

Ya sé que no te gusta que te llamen por ese nombre, que prefieres que te llamen Sita. Blasita, Sita, como te llamaba tu madre. A veces los seres humanos nos vemos obligados a cargar con legados que nos marcan la vida entera. Y tú llevas en tu nombre la herencia del abuelo muerto. Hoy me he permitido llamarte así, a pesar tuyo, porque esa fue la primera palabra que escribiste, toda con mayúsculas: BLASA. La dibujaste con letra torpe todavía, pero con un orgullo indescriptible, una mañana de abril, cuando la tinta rezumaba primavera.

Recuerdo el día que nos conocimos como si fuera hoy mismo. Al término de mi conferencia sobre la mujer rural, que aplaudiste con tanto entusiasmo, estrechaste mi mano entre las tuyas. Y yo, he de confesarlo, la retiré ruborizada, culpable por tener manos tersas y suaves, en contraste con las tuyas rugosas y ásperas, ajadas de tanto esfuerzo, de tanto sol y azada, de amañar guisos y sabores e hilvanar y sobrecoser telas imposibles. Tú, probablemente, ni te diste cuenta e insististe en el abrazo y las felicitaciones. No nos volvimos a ver hasta meses después, en la capital. Aquella cara conocida, sin nombre. “Soy Sita, de Villadealba. Quiero aprender a leer y a escribir. Tengo que recuperar el tiempo perdido”. Te sentí desvalida y yo, otra vez culpable, moví los hilos sin costura de la Administración para tejer un puente hacia un mundo todavía inédito para ti. No me fue difícil; no me lo agradezcas, querida amiga. Tu aprendizaje, sin embargo, fue rápido y fructífero, aunque no exento de esfuerzo: “Eso son pamplinas. Sobre todo a tu edad. Pamplinas”. Fue lo que te dijo tu hombre, como a ti te gusta seguir llamándolo. No es malo tu hombre, no, ya lo sé. Pero Juan tenía miedo a lo desconocido. A una mujer distinta en su pequeño mundo de siempre. Miedo al cambio; tú misma me lo decías cuando hablábamos por teléfono. Por mi parte, asumí el reto de tu aprendizaje siguiendo la instrucción de cerca, y tú te mostraste siempre agradecida, desde el mismo momento que conseguiste trazar aquel obligado nombre tuyo. Al principio, cuando me escribías, combinabas frases simples que se fueron haciendo luego más complejas y que yo leía, primero con cierta sensación de superioridad, he de reconocerlo, hasta que fui descubriendo un universo mágico, impregnado de ternura y sabiduría antigua. Recuerdo también cómo referías lo que experimentabas entonces: “¿Tú sabes lo que significa ver sin entender? ¿Sabes lo que significa descubrir luego el sentido del nombre de una calle, la lógica del número de una línea de autobús, aquí en tu ciudad, comprender el título de una película y el rótulo de un anuncio en televisión? Lo primero es la ceguera. Y yo nunca más seré ciega ante la vida”. “A veces me despierto de madrugada y me pongo a jugar con las palabras. Ellas me hablan ¿sabes? Por eso guardo el cuadernillo antes de dormir debajo de la almohada”. Me lo comentabas con ilusión esperanzada en el futuro y sin rencor hacia un pasado que marcó tu primera existencia analfabeta. Respecto a mí, empecé a aprender del rigor que se desprende de la naturaleza, de animales y plantas, de nubes y tormentas. De amanecidas y atardeceres magníficos. De colores que yo desconocía, por inexplorados. Y nuestra amistad se hizo grande, al tiempo que crecieron el conocimiento y las palabras. Y el trueque de nuestras vivencias nos enriqueció más que todas las universidades juntas. La universidad de la propia vida. Gracias querida amiga, sí; crees que no merece que lo diga, después de tantos años, pero he de hacerlo, porque estoy en deuda contigo. Porque aquel día que estrechaste mi mano entre las tuyas ajadas, me cediste un tesoro inestimable: el de la voluntad y el esfuerzo que llevan al Conocimiento.

Te entregaré esta carta mañana, al término de tu recital de poemas. Mi más sincera enhorabuena, Sita. Luego, cuando todo el mundo se haya marchado, ¿querrás dedicarme un ejemplar de tu obra? Tus poemas son magníficos, así lo ha confirmado la crítica. A mí, qué quieres que te diga, me emociona especialmente el primero de todos ellos: El nombre y la palabra:


Las letras compiten entre sí
por disponer tu nombre,
sujetándose al cuello,
atenazando de brújulas la garganta.

Hoy procuro llamarte sin prisas,
mientras, bajo la hierba del océano,
se traban las colas de los peces dormidos
y la lluvia oxida las palabras
que tenía reservadas para ti.

Hasta mañana entonces, Sita. Recibe un fuerte abrazo,

Beatriz
Mª Fernanda Trujillo León

lunes, 23 de abril de 2007

23 de Abril: el Día del Libro (y de San Jorge)

De libro y flor.-

Queda bien regalar un libro y una flor. Pero si lo haces hay que hacerlo con cierto desinterés, cuando no con cierto amor, por todo lo que ello representa. Alguien piensa en tí y busca un ejemplar por el que has mostrado cierto interés, o por la flor que de alguna manera te identifica. Pero no mete en medio del libro una foto suya, para que lo tengas siempre presente. Porque si es así, el regalo se convierte en algo interesado, cuando no envenenado. Mis principios me obligan a dar las gracias a la corporación municipal del pueblo donde vivo, ya que me han obsequiado un lujoso Cantar del Mío Cid, editado por Carroggio en colaboración con el Instituto de la Lengua. Pero también he de mostrar mi lado crítico y cuestionar la cuña publicitaria de la primera página del libro, en la que aparecen los candidatos a alcalde y a concejal delegado en las futuras elecciones municipales. Lo siento mucho, pero mis criterios culturales son más sobrios y austeros que los que aquí veo y nada tienen que ver con el mercadeo de los objetos culturales.
Está claro que la pólvora del rey sigue siendo barata (y, para algunos, hasta rentable).


____ooOoo____


Segundo descubrimiento del día de hoy.-

Navegando por la red encuentro esta página: un grupo de profesores de Secundaria, blogueros confesos, están promoviendo la corrección lingüística en la red. Oportunísimo y sin desperdicios. He aquí el vínculo:
CG




domingo, 22 de abril de 2007

El Día de la Tiera

Hoy es el Día de la Tierra.

Así lo ha estado anunciando Google: curiosa forma de identificar el futuro del Planeta Azul con el equilibrio necesario entre aire, agua, fuego .... y tierra.


Y de esta manera anunciaba el evento Forges, en el díario El Pais:



CG


La espalda y los ojos


Le digo a CG que debe vigilar su espalda, que últimamente le aprecio un notable descuido en esa importante zona corporal. Dialogamos sobre otras partes anatómicas y cuando llegamos al ojo le recuerdo la frase de Goethe: El ojo es el órgano con el que he comprendido el mundo. Claro que este autor, años después de su viaje a Italia, escribió una Teoría de los colores, opuesta a las formuladas por Newton. He aquí una frase de este libro:

Debe el ojo su existencia a la luz. De subalternos órganos auxiliares animales, la luz desarrolla un órgano adecuado a ella; así el ojo se adapta gracias a la luz para la luz, para que a la luz exterior corresponda otra interior.

Para Goethe el color es consecuencia de una polaridad entre la luz y la oscuridad (cuyo testigo es el ojo), siendo la oscuridad la fuente universal, y la belleza una lucha entre opuestos. Desarrolla todo un principio de bipolaridad, vinculando luz y tinieblas, sujeto y objeto, cuya dualidad extiende al universo moral: es el principio mismo del universo.

Pero dejemos a Goethe -y a los colores-, para otra ocasión y volvamos a la espalda, esa extensa y lisa cadena de huesos y músculos cubiertos por apenas medio metro cuadrado de piel en cualquier persona adulta y de altura media. Si para el ojo ya hemos adivinado a qué dicotomía se enfrenta, preocupado como estoy por la espalda de CG, le propongo que construyamos nuestra propia teoría: sustento y muralla, carga y rechazo. Eso es lo que le quiero hacer ver a CG: si está dispuesto a cargar sobre su dorso determinados roles, allá él. Se trata de su espalda. Pero también ha de saber que la traición entra por la espalda y que si a alguien se le miden las espaldas se deberá a la de palos que este alguien recibe, merecida o inmerecidamente.

Se me ha vuelto muy serio CG, y me dice que esperaba más de mi talla intelectual: que lo mismo doy un apunte sobre Goethe y la filosofía de la visión que me vuelvo vulgar y refranero en mis consideraciones. Le hago una perfecta refutación a su desproporcionada conclusión, me mira de mala manera y enmudece. Esto de compartir el teclado tiene sus inconvenientes, ¿no creen?

Pepe Amodeo