Cuando se elige el silencio y no se está en una biblioteca, en un templo o en la sala de espera de un hospital, uno se siente locuaz en su hermetismo. Es un derecho mantenerse en silencio. Y ejercerlo. No importa quién nos espere para que oigamos y hablemos, porque la omisión de la palabra no lesiona. Sabemos que en ocasiones el silencio es reactivo, como por ejemplo la renuncia de algún escritor a llevar a cabo su tarea como denuncia ante el horror. O bien por un sentido práctico: De lo que no se puede hablar hay que callar, dice Wittgestein en su Tratado Lógico Filosófico.
Empecé a usar el negro puro como un color de luz y no de oscuridad, dijo Henri Matisse. Peo no necesariamente ha de ser el negro el símil del silencio. Acaso su inverso, el blanco, lo simboliza de forma más expresa. Como los tres Tacets de John Cage en 4’ 33’’...
A Pepe Amodeo le instan en estos días a que hable. Y él ha optado por el silencio. Y yo pienso compartirlo con él. Es un derecho, puede ser pertinente y va a resultar oportuno. No vamos a servir a dioses irredentos, ni esperamos que astro alguno vaya a cambiar de brillo y posición.
Volveremos, y el silencio seguirá siendo el diálogo viviente entre las estrellas, los secretos que los vientos no comparten y la memoria de las estatuas.
Hasta pronto.
CG / Pepe Amodeo
lunes, 8 de febrero de 2010
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