CG / Pepe Amodeo
jueves, 1 de octubre de 2009
Cine en Nueva York (New York Movie, 1939)
En la mayoría de los cuadros de Hopper sólo se observa una figura. La luz, los pocos objetos, o decorados, que rodean a esta figura componen casi siempre una instantánea, un tiempo suspendido previo a algún acontecer, intuido solamente por quien observa. Este cuadro, que se encuentra en el MoMA de Nueva York, fue pintado en 1939, hace ahora setenta años. En aquella época, incluso en años posteriores, acudir a una sesión de cine era hacer concesiones a un mundo mágico, irreal, un mundo para la introspección y la fantasía, donde no tenían cabida elementos ajenos a lo que transcurría en la pantalla. La acomodadora de esta pintura, rubia y esbelta, recibe una luz directa sobre cabellos y hombro desde el aplique de pared que queda por encima de su cabeza. Más arriba de la escalera se adivina un espacio mejor iluminado, ocluido por la distancia y el pliegue de las cortinas. La joven, en actitud de espera, parece meditar sobre algo, y su mirada se pierde en un punto indeterminado del suelo o de la sala de butacas. La mano derecha, al apoyarse sobre la mandíbula, refuerza la expresión ensimismada del rostro, mientras que la izquierda, además de hacer de soporte del codo, deja entrever una linterna. Viste un sobrio uniforme cuya linealidad se interrumpe cuando detenemos la mirada en sus pies, calzados con zapatos de tacón elevado y tiras, muy elegantes. Un esbozo de columna salomónica separa la escena de la obligada oscuridad de la sala de proyecciones, donde la luz turbia de los grises surgidos de la pantalla se ven neutralizados por el efecto anaranjado de los focos del pasillo. Tan solo un perfil masculino se insinua en la zona de los espectadores y no es en absoluto necesario adivinar cuál es la película que está siendo proyectada. La tiniebla que inunda el cuadro es circunstancial, no tenebrosa, y en ella se respira un fugaz reducto de solitud y recogimiento. El hechizo de la inmovilidad, del instante suspendido, que a menudo desfila ante nuestros ojos sin que sepamos atraparlo.
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