viernes, 18 de septiembre de 2009

Bibliotecas públicas

Cuando yo tenía catorce años, allá por 1963, visité por primera vez la biblioteca pública de la ciudad en la que vivía. Creo recordar que estaba auspiciada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Sevilla, en la calle Rioja. La luminosidad de la sala de lectura, el silencio reverencial que se respiraba en el local y la impecable colocación de los libros en los anaqueles, hacían que el lugar tuviera un inusual atractivo para el niño que yo era entonces. En mayo del pasado año, Antonio Muñoz Molina escribió un memorable artículo sobre las bibliotecas públicas titulado De una biblioteca a otra. Si lo vuelvo a recordar aquí es porque, cambiando los escenarios –el de él en su Úbeda natal y el mío en el ya inexistente edificio de la calle Rioja-, suscribo cada línea, cada párrafo del artículo que apareció en Babelia, el suplemento cultural de El País.

Ahora acudo a otras bibliotecas de forma frecuente. Incluso cuando viajo, si me encuentro de manera casual con alguna biblioteca abierta, entro sin complejos para curiosear sus tablones de anuncios, comprobar las diferencias y similitudes que hay en ellas a la hora de mostrar las recomendaciones y novedades, los anuncios de los clubs de lectura. He podido hacerlo en León, Setúbal, Oviedo, Barcelona, Salamanca...

Hace unos días recordé ese poema de Bukowsky, The burning of the dream (El incendio de un sueño), sobre el incendio de la Biblioteca Pública de Los Ángeles, en 1986, el cual puede leerse al completo aquí. Sin embargo no puedo dejar pasar la ocasión de transcribir, directamente a este post, algunos de los versos del poema que más me conmovieron:

La vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motorista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.
Y cuando abrí el
periódico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido la
biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había
le dije a mi
mujer: "yo solía pasar
horas y horas
allí ..."

Pepe Amodeo

1 comentario:

Luis Miguel dijo...

Lugares mágicos las bibliotecas. Creo que son los únicos lugares del mundo donde el hombre es vencido por el silencio. No hay más lugares así, ni siquiera nuestras propias tumbas, donde se escuchan de lejos las llamas y los gritos del infierno.

Un abrazo.