lunes, 27 de julio de 2009
Sin una mirada
Conozco la razón por traer a estas páginas aquellos acontecimientos que cumplen años, pero siempre negaré que lo haga por nostalgia. En este caso son sesenta los años que lleva exhibiéndose El tercer hombre, la gran película que Carol Reed dirigió en 1949. Está claro que a estas alturas no voy a descubrir los secretos de iluminación usados para filmar en los interiores de la cloacas de Viena, ni a desvelar quién eligió a Antón Karas -y a su cítara-, para crear una melodía de evidente poder sinestésico. Tampoco entraré en el viejo dilema de si Graham Greene escribió primero la novela y luego hizo el guión, o viceversa. Toda la película rezuma interés, interpretaciones, simbología, guiños y ... dudas. Pero hay una escena, la final, que todavía hoy me deja perplejo: Alida Valli/Anna Schmidt, la fiel novia del canalla Orson Wells/Harry Lime viniendo sola desde el final del cementerio. Tiene que sobrepasar a Joseph Cottens/Rollo Martins y cualquiera puede pensar que cruzarán, al menos, unas palabras. Nada. Ignorancia. Displicencia. Desprecio.
En esta tarde de verano atroz, de calor impío, me he dedicado a interrogar el rostro y la actitud de la huidiza Alida/Ana, aquella a la que todos salvan de caer en manos de los rusos, y cometeré la osadía de traducir e interpretar el arrogante silencio de la mujer, sabiendo de antemano que me equivoco:
... quién eres tú, quién eres para presentarte aquí creyéndote que eres amigo de Harry, si ni siquiera sabes tratar a un gato, si no sabes beber ni sabes mirar con la inocencia de Harry, si sólo sabes escribir novelas del Oeste, si hasta el mayor Calloway, al que odio -estos militares policias o son deshonestos o son imbéciles-, está deseando que desaparezcas, tu conferencia fue un desastre porque no eres nadie, Rollo Martins, si es que vas de buen muchacho por el mundo, so idiota, si es que no entiendes nada al pretender suplantar en mi alma a Harry... piérdete de mi vista Rollo Martins, piérdete...
Pepe Amodeo
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jueves, 16 de julio de 2009
Estar en la Luna
La imagen de la izquierda es real, aunque no sé si pertenece al cohete Saturno V, que, partiendo de la plataforma LC 39A, impulsó a los astronautas Armstrong, Aldrin y Collins, del programa Apolo, primero a la órbita y luego a la superficie de la Luna. No sé a ustedes, pero tanto a Pepe Amodeo como a mí, nos gusta más la segunda imagen, por lo sugestiva y atrayente.
Tal día como hoy, pero de hace cuarenta años (de casi todo hace ya cuarenta años, como le oí decir a Nativel Preciado hace poco), se produjo el acontecimiento que científicos, hombres de ciencia, novelistas, pensadores, líderes religiosos, filósofos, poetas y visionarios de todas las épocas habían planteado en alguna ocasión: ¿se puede ir a la luna y después volver? La frase tan imposible como alcanzar la luna perdió el retórico y peyorativo siginificado que siempre tuvo y, aunque se sigue usando, a partir de aquel 21 de de Julio de 1969 dejó de tener la fuerza que la caracterizaba.
¿Y como ha sido tratada la cuestión por el cine, otro de los grandes inventos del siglo XX? Tras los hermanos Lumiere llegó Georges Méliès, que en 1902 rodó El viaje a la Luna, valiéndose de los argumentos de Julio Verne y de Herbert George Wells. Una remake de esta obra fue realizada en 1908 por Segundo de Chomón, realizador turolense afincado en Francia (pinchar aquí para ver el vídeo de Youtube).
En el periodo de entreguerras, en 1929, Fritz Lang envía una mujer a la luna (Frau im Mond), y en 1950, Irving Pichel estrena Destination Moon, modesto producto que recurre a la posibilidad científica de alcanzar el satélite. En 1954, esta vez en formato de álbum, Tintin aluniza acompañado del profesor Tornasol, el capitan Haddock, Milú y los inefables Hernández y Fernández. Aquello estuvo muy concurrido y el cohete que imaginó Hergé resulta, aún hoy, casí una réplica de los tristemente famosos V2 alemanes.
En 1968 Stanley Kubrick estrena 2001, Una odisea espacial, un film serio con final metafísico.
Quizás algún día las películas como Star City, When we leaft hearth, Elegidos para la gloria o Capricornio Uno (farsa sobre un viaje a Marte), incluso El astronauta (Tony Leblanc en el reparto), se ganen nuestra admiración de la misma manera que lo hicieron los primitivos Méliès o Chomón, tan tiernos e inocentes ellos.
Este post es nuestro pequeño homenaje a los sueños: los colectivos y los individuales, y no nos preocupa en absoluto que el hombre haya llegado, o aún no, a la Luna. Lo importante es la partida, el viaje, y, si es posible, recordarlo. Lo demás carece de importancia.
Pepe Amodeo / CG
Tal día como hoy, pero de hace cuarenta años (de casi todo hace ya cuarenta años, como le oí decir a Nativel Preciado hace poco), se produjo el acontecimiento que científicos, hombres de ciencia, novelistas, pensadores, líderes religiosos, filósofos, poetas y visionarios de todas las épocas habían planteado en alguna ocasión: ¿se puede ir a la luna y después volver? La frase tan imposible como alcanzar la luna perdió el retórico y peyorativo siginificado que siempre tuvo y, aunque se sigue usando, a partir de aquel 21 de de Julio de 1969 dejó de tener la fuerza que la caracterizaba.
¿Y como ha sido tratada la cuestión por el cine, otro de los grandes inventos del siglo XX? Tras los hermanos Lumiere llegó Georges Méliès, que en 1902 rodó El viaje a la Luna, valiéndose de los argumentos de Julio Verne y de Herbert George Wells. Una remake de esta obra fue realizada en 1908 por Segundo de Chomón, realizador turolense afincado en Francia (pinchar aquí para ver el vídeo de Youtube).
En el periodo de entreguerras, en 1929, Fritz Lang envía una mujer a la luna (Frau im Mond), y en 1950, Irving Pichel estrena Destination Moon, modesto producto que recurre a la posibilidad científica de alcanzar el satélite. En 1954, esta vez en formato de álbum, Tintin aluniza acompañado del profesor Tornasol, el capitan Haddock, Milú y los inefables Hernández y Fernández. Aquello estuvo muy concurrido y el cohete que imaginó Hergé resulta, aún hoy, casí una réplica de los tristemente famosos V2 alemanes.
En 1968 Stanley Kubrick estrena 2001, Una odisea espacial, un film serio con final metafísico.
Quizás algún día las películas como Star City, When we leaft hearth, Elegidos para la gloria o Capricornio Uno (farsa sobre un viaje a Marte), incluso El astronauta (Tony Leblanc en el reparto), se ganen nuestra admiración de la misma manera que lo hicieron los primitivos Méliès o Chomón, tan tiernos e inocentes ellos.
Este post es nuestro pequeño homenaje a los sueños: los colectivos y los individuales, y no nos preocupa en absoluto que el hombre haya llegado, o aún no, a la Luna. Lo importante es la partida, el viaje, y, si es posible, recordarlo. Lo demás carece de importancia.
Pepe Amodeo / CG
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